Segunda etapa filipina. Viviendo cinco meses en el velero (2ª parte)
En el anterior artículo conociste los motivos que me hicieron cambiar los planes que tenía tras llegar a Filipinas en el velero.
A continuación te presento algunas de las personas y amigos que he ido conociendo durante estos meses y algunos detalles más de este largo descanso que me he tomado en el viaje.
Comienza la segunda etapa filipina
Tal y como estaba previsto, el día 29 de abril volví a Filipinas desde Taiwán. Horst vino a buscarme al aeropuerto en un coche de alquiler, aun con el retraso considerable que llevaba el vuelo, algo de agradecer.
Por supuesto, vino con Prince, que dentro del coche, cuando me escuchó hablar, comenzó a dar botes dándome así una calurosa bienvenida. Al subirme en el coche, Horst me pidió que condujese de vuelta. El perrillo quiso hacerme compañía todo el rato sentado en mi regazo. Lo echaré de menos cuando me vaya del barco.
El viaje fallido de Horst a Europa
Desde hacía tiempo, Horst tenía previsto un vuelo para ir a Alemania, su país de origen, el día 1 de mayo. Y ese día le acompañé al aeropuerto y le ayudé con los trámites aeroportuarios del perro.
Comenzaron muy pronto las pegas y los problemas. Normalmente para llevar un animal -en este caso un perro- desde Filipinas a otro país, por lo menos de la UE, tienes que haber hecho los deberes con antelación. Según he podido saber, se han de enviar unas pruebas de sangre a un laboratorio australiano para que confirmen que el perro está sano y no causará estragos sanitarios allá donde vaya. Los papeles del veterinario estaban en regla, pero este documento no.
Por otro lado, el perro ha de tener su billete y se ha dejar en la terminal de carga. En el aeropuerto de Cebú no hay una distancia muy larga entre terminales, aunque con el sol de justicia que caía en ese momento se hizo más pesada la caminata.
Ya en la terminal de carga, un veterinario dio el permiso para que Prince pudiese volar entre islas filipinas. Todas las gestiones se hicieron más o menos rápidamente y Horst llegó con tiempo suficiente para el embarque.
Lo que vino después en Manila yo no lo viví, pero Horst me contó que se convirtió en una pesadilla.
A los dos días, ambos estaban de vuelta en Cebú. Las autoridades filipinas no habían permitido que el perro embarcara en el vuelo internacional por no haber hecho los deberes con el laboratorio australiano.
No vino mal que volviese. Yo al principio me sentía extraño: ya estaba mentalizado para quedarme solo en el velero durante todo el verano europeo y los planes cambiaron de nuevo. Sin embargo, como he dicho, que volviese fue al final una suerte.
Arreglos y mejoras en el velero
El velero estaba de reformas prácticamente desde que amarramos: arreglando aquí y allí y haciendo nuevas piezas para mejorar la comodidad del barco. Cuando llovía, la cubierta de la cabina o cockpit del barco -donde se pasa la mayor parte del tiempo- tenía goteras debido al desgaste de la tela, que tenía más de siete años. Cuando volví de Taiwán se había cambiado por una de fibra de vidrio: fin de las goteras y más seguridad. Lo habían hecho a mano los trabajadores filipinos del Drydock.
Dentro del velero también algunas partes de madera fueron lijadas y pintadas para su mantenimiento. Llevamos el barco a tierra para limpiar y pintar el casco y durante este tiempo, que superó las dos semanas, estuvimos viviendo en un resort. Las lonas que cubren el resto de la embarcación se arreglaron y el aire acondicionado, que se había estropeado, se pudo reparar gracias a que Horst estaba aquí y es un entendido en electricidad de barcos. Yo solo no lo habría podido hacer.
Pasaron dos meses y medio más. Arreglos y mejoras se fueron sucediendo: nuevas placas solares, pulido del metal, lijado del suelo de cubierta, cambio de la palanca de marchas, arreglo del timón… Hasta que el pasado 11 de julio Horst voló a Alemania.
No estaba muy convencido. La vida en el barco al final engancha y tras tantos años a bordo sin cambiar se llega a extrañar, aunque sea por un corto periodo de tiempo, como me ha repetido en varios emails o conversaciones que hemos mantenido por Skype.
En esta ocasión y para evitar problemas de nuevo en su viaje, Prince se quedó a mi cargo y realmente está siendo un compañero excepcional y divertido. Reitero que lo echaré de menos cuando me vaya.
A trancas y barrancas con mis aparatos electrónicos
El día del accidente, como ya he contado en el anterior artículo, durante la conversación entre Horst y yo acerca de mis aparatos parecía que todo iba a ir bien.
Le había avisado que, entre mi Mac Book Pro -si no se podía salvar y había que comprar otro-, el disco duro -que había que recuperar en un laboratorio- y el teléfono móvil -si mis amigos de Cebú no podían repararlo, el coste se acercaría a los 2.500€. Su ordenador PC era cosa suya. El aceptó.
A los pocos días volvimos a comentarlo, pues yo necesitaba mi ordenador para seguir con mis cosas y dejó caer que me compraría un PC -un PC pequeño, además-. Yo no daba crédito a lo que escuchaba. La discusión la podéis imaginar.
Días antes habíamos dejado el Mac accidentado en la Apple Store para intentar recuperarlo y no tener que comprar uno nuevo, aparte de que el disco duro contenía datos que necesitaba. Cuando fuimos a buscarlo, se confirmaron los peores temores: no había manera de arreglarlo. Se había corrompido por la sal -palabras textuales-, la batería había reventado hacía tiempo y tampoco se podía cambiar porque se habían dejado de fabricar, por lo que solo quedaba la opción de un nuevo Mac.
Sustituyendo los aparatos electrónicos
En el mismo centro comercial también había una tienda Apple y preguntamos por el que yo ya había visto a través de la tienda online de Apple. No era el último modelo, pero sí más reciente que el mío y menos pesado. No lo tenían. Me ayudaron a encontrar uno en Cebú y, tras otra acalorada discusión en la tienda, Horst accedió a comprármelo. El disco duro interno es otra historia.
Con el disco duro externo fue peor. Directamente se desentendía del problema. Me puse muy furioso, quería abandonar el barco y alejarme de él. Finalmente, en una charla que propuse ya más relajado, accedió a que lo enviase al laboratorio en Europa de Seagate, la compañía fabricante.
Tras varias semanas esperando los resultados, no pudo ser. El haber tratado de secarlo y la nula experiencia del filipino que me aseguró que entendía de ello hicieron que el disco duro se fastidiase por completo. Un consejo: si te pasa algo parecido, olvida los remedios caseros y ve directamente a un servicio de laboratorio. Posiblemente te lo recuperarán si no lo has tocado.
Con respecto al móvil, tuvimos la suerte de que mi amigo Jay, que ya lo había arreglado al llegar a Cebú, lo volviese a reparar. En esta ocasión las piezas no fueron nuevas, pero por lo menos me sigue sirviendo para poder hacer fotos y leer o usar las aplicaciones que necesito para el viaje.
El coste total fue de unos 1500€, pero me quedé sin todos los archivos guardados en los discos duros y que recogían la información, fotos, vídeos, etc. de los tres años de viaje. Afortunadamente algunos los tenía en la nube; sin embargo, no todos, sobre todo los recogidos durante los meses de navegación por el Pacífico debido a la falta de internet.
Ezequiel, un español en Filipinas
Un día, durante los trabajos de pintura en el interior del barco y ante la imposibilidad de cocinar, Horst decidió que iríamos a comer al restaurante del muelle. Una de las camareras me presentó a un español que estaba arreglando una banca -barco típico filipino- en la otra parte del muelle. Ezequiel se sorprendió tanto como yo de ver a otro español por aquí e hicimos buenas migas.
Para mí, hablar español otra vez casi a diario me agradaba y Ezequiel es además un tipo divertido. Nos hemos hecho buenos amigos y en más de una ocasión hemos compartido juntos noches de fiesta, comidas y cenas y alguna escapada a Cebú.
Ezequiel fue jugador y entrenador de fútbol americano en su tierra, Valencia. Como jugador ganó tres ligas universitarias y como entrenador, una. Uno de los entrenadores más jóvenes en conseguirlo, con solo 27 años. Ahora, según me contó, volverá en noviembre, ya que ha recibido una oferta para volver a entrenar al equipo.
Chris el socio de Ezequiel y las reparaciones de la banca
En su anterior etapa como entrenador, Ezequiel fichó a un americano para que jugase en las filas de su equipo. Un buen quarterback, según me contó, y viendo vídeos comprobé que tenía una buena zancada y muñeca fina para los pases.
Chris y él forjaron una gran amistad que se ha hecho extensiva a Filipinas y ambos viven aquí, donde montaron juntos un negocio de turismo. El barco filipino que estaban arreglando en el Drydock había sido originalmente un barco de pesca que habían convertido en un barco de paseo turístico. El paraíso filipino llamado Siargao, en el sureste del país, es donde tienen la base.
Tuvieron muchos problemas en las reparaciones de ese viejo barco de pesca, cambiando del muelle de Cebú al de Danao, tras más de dos meses de supuestos arreglos que no se hacían y sufrir la estafa del propietario de los talleres.
Estos problemas retrasaron más de la cuenta sus planes. Aunque finalmente, cuando el mes de julio estaba terminando, con varios meses de retraso y tras haber pasado por dos talleres, pudieron poner rumbo a Siargao y comenzar a explotar el negocio. Esta es su web http://lupitasiargao.com/
Al parecer las cosas están saliendo -por fin- como tenían previstas y el negocio va viento en popa. Yo tengo una invitación para visitarlos, antes de cruzar de nuevo a Taiwán, que con toda seguridad aceptaré. Quiero conocer ese lugar maravilloso de estas islas que hasta ahora sólo he visto en el vídeo. Tú lo puedes ver a continuación.
Tracy la profesora de yoga
Tracy, una chica americana descendiente de filipinos, es la pareja de Chris, el socio de Ezequiel. Vino a Filipinas para conocer la tierra de sus padres después de haber viajado con su encantadora hija, Lady, durante dos años por el Sudeste asiático y China enseñando yoga.
Cuando llegó a Cebú, montó un estudio de yoga y se ha establecido aquí. Una de sus ideas es que Lady, de cinco años, aprenda el idioma de sus abuelos, que Tracy nunca aprendió.
Tracy me encargó la página web de su empresa, porque una de las cosas que he hecho en este tiempo en Filipinas es aprender a diseñar páginas web, pensando en diseñar la nueva imagen de este blog, que presentaré a finales de año. La web del estudio de yoga de Tracy es esta: http://bikramyogacebu.org
Otras amistades en Filipinas
En Danao, la ciudad más cercana a donde tenemos amarrado el barco, buscando una lavandería encontré también un lugar donde poder conectarme a internet. Glenn, la dueña de la lavandería -una señora simpática y atenta-, me presentó a Jones y este a su vez, a su jefe Red, que me dio permiso para ir a conectarme y trabajar cuando lo necesitase. Una suerte.
Algunos de los trabajadores del DryDock. La mayoría, gente sencilla y amistosa. Se han encargado de las reformas en el barco y cada mañana, cuando paseo a Prince, siempre tienen un saludo cálido y cariñoso. Les encantan mis pizzas.
Destacaré de entre todos a Henry, que estuvo trabajando en nuestro barco y es con quien mejor relación tengo. Un buen currante y sobre todo una buena persona.
El propietario de los amarres, Zeke. Un americano de California, antiguo marinero que, después de navegar por todos los océanos y dejar mujer e hijos en varios puertos, volvió a Filipinas, se quedó y se casó de nuevo con Roxane, su actual mujer filipina.
Zeke es un tipo estridente, pero divertido. Fue de una gran ayuda cuando llegamos aquí, ya que nos quedamos sin la palanca del motor y enganchados con las sogas al entrar al muelle con marea baja. Sin estar prevista nuestra llegada, nos hizo un hueco para que pudiéramos amarrar en los muelles que son de su propiedad. Un negocio que comenzó en el año 1993.
Y por último, Joan, la novia filipina de Horst a la que le encanta venir a cenar al barco, porque dice que le encanta como cocino. A veces nos trae fruta fresca recogida en la isla cercana de Camotes, donde nació y desde donde, por cierto, salen barcos desde un embarcadero del Drydock Danao.
Fin del relato
Hasta aquí esta segunda parte de mi relato sobre mi segunda etapa filipina y este largo descanso que me he tomado en el viaje. En la siguiente y tercera parte voy a presentarte las curiosidades que me han llamado la atención de este pueblo asiático tan ligado a nuestra cultura. Una cultura que en algunos casos se mantiene, pero que prácticamente se ha perdido por la influencia americana.
También te contaré sobre los transportes y la comida, así como dónde dormir y otros muchos temas para que te prepares antes de venir, si tienes planes de hacerlo.
Hasta entonces y como siempre…
¡Pura Vida!
[sdonations]2[/sdonations]