Entre Buenos Aires y Catriel
Buenos Aires me había acogido más tiempo del previsto, ya que tuve que esperar unos días extras a que el pasaporte nuevo llegase al consulado español. Además, mientras llegaba el momento de volver a estar documentado, pude solucionar la manera de comprar el billete de autobús que me llevase a Cipolletti en la provincia de Río Negro -entre La Pampa y La Patagonia-, mi próximo destino.
El billete de autobús lo había intentado pagar con mi tarjeta de crédito y un código de seguridad que me debía llegar al número de teléfono español, que no podía usar, me impedía terminar la operación. Por otro lado PayPal no funciona igual en Argentina (América del Sur en general me temo), por lo que no encontraba a nadie con quien realizar el pago adelantado usando su cuenta.
Conseguí finalmente arreglar el entuerto. Hice llamadas y hablando con amigos y amigos de estos, pude comprarlo y poner fecha a mi marcha. El lunes mi autobús tenía prevista su salida a mediodía para llegar a la mañana siguiente muy temprano a Cipolletti, donde me esperaban unas amigas virtuales, que iba a hacer reales.
Resulta que Timón y Ro pasaron por el mismo voluntariado que yo en Sukabumi (Indonesia) y al hablar el mismo idioma (castellano y argentino) les hablaron de mí y nos pusieron en contacto. Llevábamos tiempo comunicándonos por las redes, pero nunca en persona. Iba a ser el momento de las presentaciones.
Alejandro se apiado de mi ese tiempo extra en Buenos Aires y me permitió estar en su casa. Él había decidido por su lado, seguir esa misma semana con su viaje en bicicleta y su perro Cucumelo por Argentina.
Adiós Buenos Aires
Alejandro, un gran anfitrión, me acompañó hasta la estación cercana a su casa y Cucumelo, su perro, volvió varias veces al andén antes de que me subiese al tren. Hicimos buenas migas el mil leches y yo. Seguro que coincidimos por estos parajes americanos durante el viaje. Ese es mi deseo al menos.
Atravesé casi toda la ciudad de Buenos Aires con el tren y llegué con tiempo suficiente a la terminal de autobuses del sur. Debía de confirmar que el ticket electrónico era suficiente y no tenía que imprimirlo.
En Argentina desde que hubo un grave accidente de carretera -con varios muertos y heridos graves- que viajaban en un autobús, las autoridades se han puesto estrictas en los controles y las compañías de autobuses obligan, en su mayoría, a llevarlo impreso. Algo estúpido si lo compras digital, que entre otras cosas se hace para facilitar la vida a todos pero, sobre todo, para no gastar papel. Finalmente confirmé que me servía el ticket electrónico.
El autobús llegó con bastante retraso, más de media hora. Nervios entre algunos de los que nos subíamos. Yo por lo menos los tenía y fui varias veces a preguntar en la ventanilla y mirar las pantallas que anunciaban las diferentes llegadas y salidas y los andenes de embarque.
Y partimos destino al sur
Con bastante retraso. Un viaje largo de más de catorce horas y el autobús aunque no era incómodo, tampoco me llegó a acoger con ternura pasando una noche más larga de lo deseado. Llegué de madrugada, poco más de las 6am y allí estaban esperándome Timón y Ro para llevarme a casa. Desde Cipolletti, teníamos que conducir hasta Catriel, unos 100Km, donde vivían. Pero antes íbamos a hacer unos recados en el mercado mayorista de Cipolletti y en un huerto ecológico, para comprar los encargos de los vecinos de ambas. Hacían esta distribución, ahorrando dinero a los demás y ganando ellas mismas algo.
Alrededor de mediodía llegábamos a casa y Timón me presentaba a su madre, que es quien vive allí habitualmente. Tanto Timón como Ro viajan a menudo por largas temporadas y ahora tenían como base la casa de la madre, durante una pausa que parecía iba a ser a medio plazo.
Cocinando el Mundo en Catriel
Timón me propuso organizar unas cenas en las que yo cocinaría y que podíamos ofrecer en su casa cobrando a los comensales. Una forma de ganar algo de dinero para continuar viaje que me pareció genial y me gustó. Aunque mi idea inicial de hacerlo durante una semana se convirtió en dos, por insistencia de Timón. Pero me temo tras la experiencia que mi primera intención, hubiese sido la buena.
La primera semana tuvimos gente todas las noches, incluso llenos, que disfrutaron de los diferentes platos que propuse para cada día: tortilla de patatas, gazpacho, paella, risotto, arroz oriental, ensaladas, pollo y lentejas al estilo de mi madre. Tapas, postres… Y también ofrecimos buen vino y cerveza artesanal.
Timón trabaja en la radio y teníamos una plataforma, además de sus redes sociales, donde poder anunciar las cenas. También nos sirvió para confirmar las personas que se iban apuntando por teléfono según lo escuchaban. Aunque teníamos un teléfono personal habilitado y por supuesto WhatsApp para atender durante todo el día.
Por lo tanto la primera semana la sacamos con nota, sin embargo la segunda, todo cambió.
¡Si no te gusta te vas!
Y mira que me fastidia tener que contar algo así. Es lo que menos deseo en el viaje pero es parte de la historia y claro en ella, también hay momentos complicados. Una mala historia dentro de la fantástica historia que estoy viviendo por el mundo. Una experiencia que me enriqueció por un lado, pero que me lastimó por otra. Y tuvo que ser en Argentina, país que me apetecía mucho conocer y disfrutar. Una pena.
Y esta es mi versión de la historia. La frase recurrente y que me repitió varias veces Timón después de una regañina era «¡Si no te gusta te vas!». Me quedé perplejo la primera vez. Lo acepté sorprendido, pero no me gustó.
El “¡Si no te gusta te vas!” se repitió una segunda vez por un mal entendido con el lugar donde podía fumar -que aunque normalmente lo hacía afuera, ese día sentado al ordenador desde temprano fume en la casa-. No pensé que molestase, menos, cuando la madre fumaba en cualquier lugar, pero sí. Lo acepté. No era mi casa y siempre respeto las reglas que me marcan cuando soy invitado.
Hubo una tercera vez que escuché la desgraciada frase y en ese momento, con la legaña todavía pegada al ojo y sin saber muy bien que estaba pasando -el motivo fue dejar la puerta del baño abierta (¡pero es que se abría sola!)- decidí que era suficiente y que me marchaba. No quería discutir más de la cuenta, ni escuchar más reproches y comencé a preparar la mochila para viajar.
La abrupta despedida de Catriel
Antes de salir Ro ya se había levantado de la cama y enterado de lo acontecido. Pidió que por favor nos sentásemos a charlar para arreglar la situación. Tanto yo como Timón no estábamos mucho por la labor y confirmé que me iba. El tema estaba tenso de verdad.
Además había que arreglar cuentas. Las compras para las cenas previstas durante la semana, las acabábamos de hacer el día anterior. Ya nos habíamos repartido el dinero de la primera semana teniendo ganancias y beneficios todos. Por ello pensé que al irme y quedarse la comida allí no me la harían pagar. Sin embargo, sin ir más lejos, esa fue su exigencia.
Mi argumento para no hacerlo fue que yo no iba a usar la comida y que ellas se la quedaban en casa. No importó. Mi reclamación no fue atendida y Timón me invitó a que me la llevase. “¿Dónde, en el orto? Le espeté. Cargado con dos mochilas, difícil que me la pudiese llevar. Solo aproveché el aceite de oliva, pero cuando lo recogí y me lo guardé me convertí en un cutre, según ella.
La mitad del barril de cerveza recién abierto, también debía de abonarlo. El colmo y una putada ¡¿Dónde me llevaba 10 litros de cerveza artesanal?!
Pero pagué. Es solo dinero pensé. Aunque mis beneficios por el trabajo hecho se redujeron notablemente. No importaba, ahora solo quería salir de allí cuanto antes y olvidar este episodio o pensar en él. Una nueva lección que aprendía en el camino.
Improvisando sobre la marcha en Catriel
Durante un cigarro para rebajar mis nervios, me puse en contacto con Agus -una amiga que presenté en mi episodio dedicado a Rosario– para preguntarle si ya había llegado a El Bolsón. Me lo confirmó y me dijo que podía ir cuando quisiese. Había conseguido salvar el mal momento. Gracias a ella, tenía una solución a mi improvisada marcha.
Ahora debía de encontrar el camino a la terminal de buses de Catriel y conseguir una plaza en un bus para recorrer los casi 700 km que me separaban de mi nuevo destino.
A la hora que llegué a la terminal de autobuses de Catriel ya era tarde para poder hacer las conexiones necesarias entre Bariloche y El Bolsón, ya que no había viajes directos. La cosa se complicaba. Tenía que buscar una alternativa a mi idea inicial y quizás hacer noche en Neuquén ciudad más cercana y más grande y donde quizás sería posible encontrar alguna alternativa. Por cierto Neuquén es un nombre palíndromo, quiere decir que se lee igual de adelante a atrás y viceversa.
Al comprar el ticket entre Catriel y Neuquén elegí el asiento delantero en el piso superior. Desde ahí se tienen unas vistas de la carretera perfectas para hacer buenas fotos e ilustrar este artículo. El vendedor me dijo que justamente había elegido un lugar donde iba acompañado, pero que había otros asientos libres. Decidí viajar acompañado.
Viajando a Neuquén
Al ocupar mi sitio me encontré con Javier, que volvía a su casa desde su trabajo como guarda de seguridad en los pozos petrolíferos de la zona. Charlando entre ambos, contándonos nuestra vida, cuando le expliqué mi idea de viaje y la pega que se me había presentado con las conexiones de los autobuses, me ofreció quedarme en su casa si era necesario.
Preguntamos en varias compañías de autobuses de la terminal por si encontraba un viaje pero, efectivamente, para llegar hasta El Bolsón, tenía que salir por la mañana. Compré el ticket más económico por adelantado para tener un horario de salida y un viaje asegurado.
Desde la terminal fuimos a su casa y esperamos sentados en la puerta a que llegase su mujer Yanina, que era quien tenía las llaves. Ese rato sirvió para conocernos mejor y seguir contándonos nuestras historias de la vida.
Conociendo a la familia de Javier
Yanina la mujer de Javier llegó al rato con Emma y Thiago los dos pequeños que tienen, avisada de que estábamos allí esperando. Fue reconfortante, después de la mala mañana, encontrarme con esta familia que me ayudó y me trató como a uno más de ellos.
Preparé mi tortilla de patatas y mi arroz frito oriental para cenar y aunque quise colaborar en las compras Yanina y Javier insistieron en agasajarme. Mis platos les gustaron a todxs, incluida la pequeña Emma que se hizo la remolona y los rechazó en un principio.
A esa hora la ropa que había puesto por la mañana a lavar ya estaba seca, por lo que tras la cena pude de nuevo organizar la mochila, para temprano por la mañana, seguir camino.
Mi cama fue confortable y la casa silenciosa, así que pude descansar perfectamente y a la mañana siguiente levantarme con fuerzas renovadas. Desayunamos y acompañado por Javier, que estaba libre unos días en el trabajo, fui en busca de mi autobús. Gracias Javier y Yanina por vuestra generosidad.
A la hora prevista salíamos con destino a El Bolsón, al sur de la provincia de Río Negro. Afortunadamente mi buena estrella seguía brillando y demostrándome que lo de Catriel había sido una piedra en el camino. Además Cecilia aparecía en mi vida como lo hizo Javier y dejaba atrás los malos momentos.
Pero esta será la historia para el próximo artículo. Hasta entonces y como siempre…
¡Pura Vida!