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La Gran Aventura
La gran aventura en Los Alpes ¡¡Llegué a Génova!!
Una aventura que viví para cruzar los Alpes andando y llegar a Génova desde Sassello. No estuvo nada mal, pero me arriesgué demasiado, solo por la montaña.

La gran aventura en Los Alpes ¡¡Llegué a Génova!!

Una aventura que viví para cruzar los Alpes andando y llegar a Génova desde Sassello. No estuvo nada mal, pero me arriesgué demasiado, solo por la montaña.
La Gran Aventura

La gran aventura en Los Alpes ¡¡Llegué a Génova!!

Aventura, esta si que fue una gran aventura y en ¡Los Alpes!. Te la cuento en el siguiente artículo con detalles. Fue una aventura que me costó sudor y dolor, pero que forma ya parte de este largo viaje dando La Vuelta al Mundo Sin Prisas y fue una gran experiencia personal.

Cuándo decido la aventura de Los Alpes

Todo comenzó cuando el lunes por la tarde tras la jornada de trabajo, Massimo y Alessandra me invitaron a ver el Parco Beigua y su rincón preferido de Los Alpes de Sassello, un lugar precioso.

Fue tan increíble la visión que tuve del entorno y estaba tan despejado el día, que decidí llegar a Génova a pie, o por lo menos a un pueblo cercano a la la capital de Liguria para luego tomar un tren y recorrer los últimos kilómetros. Vivir una aventura, dentro de la aventura del viaje.

En principio iba a partir el martes, pero Massimo no podía acercarme hasta el punto de partida y me ofrecieron quedarme un día más en la Cascina Granbrego así podría terminar el trabajo que había quedado pendiente. Además mi ropa estaba tendida y quizás no se habría secado para el martes. Por esto y sobre todo porque me sentía muy a gusto con ellos, accedí y esperé al miércoles para hacer la caminata.

El miércoles salió un día nublado, pero quizás en la montaña, al ser tan alta, estas nubes no estarían tan presentes. ¡Error! las nubes cubrían toda la zona y eran mayores de lo que en principio pensé como comprobé nada más llegar. De todas formas decidí cumplir con mi propósito y salí caminando por la Alta Via del Monti Liguri, que ya conocía del lunes, comenzando mi aventura en el refugio Pratorotondo.

Comienza la marcha

Durante los primeros 3 Km todo fue bien, la marcha era tranquila y aunque no llovía, todo estaba empapado por la niebla. En una montaña desconocida, cualquier detalle era importante memorizarlo y me fui fijando en las señales que marcan el sendero para no perderme.

Afortunadamente, pensé, la cobertura del móvil es buena y una llamada puede salvar un mal momento y si me fijo puedo volver por donde he venido.

Continué por la ruta y seguí las señales que iban indicando el kilómetro que recorría. Subidas y bajadas, terrenos con la dificultad de andar entre piedras y hierba y más haciéndolo entre las nubes.

Llegué a un puesto que la cruz roja italiana tiene instalado en la zona he hice una parada para beber del termo la mezcla de té, miel y leche de soja que me había preparado. Hice algunas fotos para el recuerdo y mostraros lo que estoy relatando, me situé y seguí camino.

Tras un par de kilómetros más, llegó la señal que indicaba tres direcciones distintas, con seguir la adecuada todo estaba controlado, hice la buena elección.

Una subida pronunciada y un primer susto: escuché entre los arboles un animal que se movía rápidamente, afortunadamente solo era un ciervo que asustado por mi presencia salió corriendo y no lo volví a ver más. Este detalle agudizó mis sentidos, pensé que en Los Alpes, no solo habría ciervos, también jabalíes y claro, su depredador natural: el lobo. De todas formas imagino que ninguno de estos animales es más peligroso que el hombre, así que siendo de día y con luz, aunque tenue por la niebla, ninguno de ellos me daría un susto serio.

Me entra la primera duda

Cuando llegué al Refugio Argentea, tuve la primera gran duda ¿hacía que dirección tengo que encaminarme para llegar al Paso del Faiaio, mi destino?

El refugio en estas fechas está cerrado y excepto las cámaras de seguridad nadie lo vigila, así que tenía que buscarme la vida yo mismo e intentar, de nuevo, acertar con el camino.

Esta vez no fue así, tomé la dirección equivocada y me dirigí por el primer sendero que encontré. Enseguida una señal me indicaba seguir por la montaña o bien desviarme y acabar en refugio del Padre Rino, como tampoco habría nadie para informarme en él, decidí seguir recto por el camino de la montaña.

Comenzaron las dificultades reales del terreno, el sendero atravesaba unas rocas que subían unos metros y había que escalar un poco. La visión de la montaña desde lo más alto era impresionante, pero también estaba avanzando por un sendero más estrecho que el anterior y al borde del precipicio.

Me tropecé un par de veces, aunque para mi bien solo caí de rodillas y me recuperé enseguida con la ayuda de mis bastones de montañero. Esto me sirvió para hacer una pequeña parada y descansar.

La mochila que llevo a la espalda pesa alrededor de 15 Kg y la pequeña que llevo delante unos 5 Kg más, así que después de 9 Km recorridos por la montaña, arriba y abajo y haciendo pequeñas escaladas, el cansancio se notaba.

Sigo camino y siguen apareciendo dudas

Ahora venía un descenso pronunciado, el sendero seguía siendo estrecho y hacía eses. Por el sendero llegué a una zona despejada, y de repente una señal en dirección opuesta, es decir de donde yo venía.

La señal indicaba el refugio donde había perdido el sendero inicial anteriormente y otro refugio que no sabía exactamente a que distancia estaría. Decidí seguir bajando deduciendo que esas señales eran para indicar a quien viniese por este nuevo camino.

Volví a encontrar otra señal 500 metros más adelante, esta indicaba el nombre de esa parte de la montaña llamada Collettassa y la altura a la que estaba con relación al mar, 960 metros.

Miré a mi alrededor, todo era silencio y niebla, mucha niebla, aquí no conseguía ver más allá de dos palmos delante de mí. No importaba, se supone que si bajas y hay camino llegas a algún lugar: el mar.

Parada y control de la situación

Seguí adelante pero cuando había recorrido 200 metros más decidí parar, quitarme la mochila y ver en el ordenador la página web del parque que había dejado abierta, por si ese sendero estaba indicado. Iluso de mí, allí no había wifi y además no tenía conexión a internet en el móvil, así que intento fallido.

Saqué la brújula que llevo en el kit de supervivencia y me indicaba hacia el sur por el sendero que seguía y al norte lo que había recorrido y había dejado atrás. Al sur estaba el mar, al norte la montaña, pero quería asegurarme. Tome la decisión de volver atrás hasta la última señal porque me estaba dando el primer agobio, y es mal compañero en estas situaciones.

Desde allí busqué el número de teléfono de Alessandra o Massimo para contarles y preguntarles donde me encontraba en ese momento y si estaba en la buena dirección o no, pero ¡vaya por Dios! no tenía sus teléfonos guardados y la tarjeta de su negocio no sabía dónde buscarla en la mochila.

Las llamadas para orientarme

Llamé a Giulia, la chica que me recibiría en Génova por la tarde, no contestó, estaba trabajando. Llamé a Christian el amigo de mis anfitriones que estaba en la casa cuando llegamos Antonio y yo, y a él, sí que lo encontré. Yo sabía que él y Massimo habían recorrido la montaña, así que quizás me podía ayudar o bien llamar a este y contarle mi situación.

Finalmente así fue, Christian llamó a Massimo para que él me localizara y pudiese ayudarme. Cuando colgué con Christian recibí la llamada de Giulia que no sabía indicarme pero así pude saludarla y olvidarme por un momento de mi situación. Esperando la llamada de Massimo o Alessandra me tuve que abrigar, empezaba a coger frío por mi larga parada.

Me localizó Alessandra y pude contarle y detallarle mi situación, ni ella ni Massimo sabían exactamente donde estaba, pero podían mirar en la web. Se les ocurrió llamar al guarda del parque y este les indico mi punto en la montaña y las opciones que tenía.

Hacia el norte tenía que volver a ascender todo lo bajado, algo duro de hacer y más con el peso de las mochilas. Hacia el sur era en descenso y acabaría en el mar pero, ¡eso sí! me advirtió, «es una ruta larga y complicada y debes seguir las marcas con una estrella blanca». En este detalle ya me había fijado.

Siguiendo el nuevo camino

El descenso fue duro y largo, hasta que llegué a un punto en el que a lo lejos se podía ver el mar. Como había descendido unos 400 metros aproximadamente las nubes ya no me quitaban tanta visibilidad y ver el mar, me animó, porque, pensé, estoy cerca y pronto llegaré a Arenzano, el pueblo que me habían indicado. Este tenía estación de ferrocarril y una vez allí podría coger el tren que me llevaría a Génova.

Se nota que soy animal urbano y que no conozco muy bien la montaña. Es cierto que ya podía ver casas y el mar, pero me quedaban alrededor de 9 Km que recorrer, 5 ó 6 de ellos de duro descenso por la montaña y las fuerzas también descendían a buen ritmo.

En un momento dado volví a abandonar el sendero sin darme cuenta y solo lo aprecié cuando tuve que ir agarrándome a los árboles y las rocas para poder bajar y retomar el camino marcado, era imposible que por donde iba fuese un sendero, pensé.

Todo era cuestión de tiempo. Lo retomé, seguí bajando, pero mis piernas me decían ¡basta! Tuve un momento de debilidad y decidí parar de nuevo en un punto del camino a coger fuerzas.

Me comí una banana y una manzana que llevaba en la mochila y bebí mi mezcla del termo y un poco de agua. Me desprendí de ropa de abrigo y descansé unos 10 minutos, tras lo cual volví a cargarme las mochilas. Seguí adelante, los pies me decían ¡estás abusando de nosotros! y efectivamente, abusé bien. Afortunadamente los hombros todavía no me dolían.

La llegada a la civilización

Cuando por fin llegué al pueblo tras más de 6 horas caminando por la montaña, las ampollas y las rozaduras estaban haciendo mella en mi moral. Estuve a punto de tirar la toalla y pedir alojamiento para esa noche. Seguí adelante, no podía abandonar estando casi al final.

Me encontré con el río Lerca -espectacular- que había visto en la montaña caer en una cascada «cola de caballo» y se me pasó por la cabeza quitarme las botas y los calcetines para meter los pies en el agua, refrescarlos y seguir camino.

Me lo pensé dos veces y decidí ni siquiera intentarlo. El esfuerzo que debía de hacer para bajar hasta él y la posterior subida de nuevo al camino, era un extra que no me podía permitir en mi estado.

Tras cruzar el puente que atravesaba el río, pude preguntar a una amable señora de una de las casas que encontré, en mi limitado italiano, por donde debía de seguir para la estación de tren y que distancia me separaba desde allí.

Me alentó que me contestara que solo eran 30 minutos andando y en línea recta hasta la carretera ancha. Luego debería girar a la izquierda y luego a la izquierda otra vez. No estoy muy seguro si volví a equivocarme, porque cuando llevaba esos 30 minutos andados había llegado a la carretera y girado dos veces a la izquierda pero no se divisaba la estación.

Pregunté a un hombre que estaba por allí, me indicó que tenía que seguir la carretera y luego las curvas que se veían y que la encontraría en otros 15 minutos.

Este hombre era el propietario del bar donde decidí tomar una cerveza fría y descalzarme para estirar los dedos de los pies y ver en qué estado se encontraban. Al final solo me bebí la cerveza y me descalcé, pero no me quite los calcetines, quizás me desalentaría más ver el estado de los pies -los notaba flotando sobre burbujas gigantes de liquido-.

Tome la ruta que me indicó y seguí adelante a duras penas. La cuesta que me esperaba no entraba en mis cálculos y los 15 minutos que me dijo el señor se convirtieron en 30 más. Por lo tanto ya sumaba la hora y aún me quedaba entrar en el pueblo y encontrar la estación.

¿El último esfuerzo?

En un cruce, intenté preguntar a los conductores que se paraban en el stop y ¡que desgracia, como está el mundo! ninguno quería hacerme caso, todos movían las manos diciendo ¡no! -¿No qué? ¡¡Pero si solo quiero preguntar!!-. Pensaban que estaba haciendo autostop y ¡¡no me querían recoger!!

Finalmente una señora obligada a parar porque venían coches de la otra dirección me escuchó y le pude preguntar «per favore la stacione de treni «, «sigue recto por la carretera» me dijo y sonrió aliviada al ver que no debía recogerme. Siguió su camino en paz. Los coches que venían detrás se quedaron a unos doscientos metros para que pudiese cruzar la calzada y así no tener el compromiso de escuchar a un «mochilero».

Aún me quedaban unos cuantos cientos de metros que se me hicieron eternos. Vi algo parecido a una estación ¡no lo era!, se trataba de un concesionario con pinta de estación y le pregunté a un muchacho que trabajaba como jardinero. Me indicó que tenía que seguir recto y al llegar a una esquina vería la estación ¡¡estaba a 15 minutos otra vez!!.

El último esfuerzo

Seguí las indicaciones y al llegar a la esquina, volví a preguntar a unos operarios que estaban junto a una camioneta, que acababan de parar.

Uno me indicó a la derecha y el otro a la izquierda, como mi cabeza no sabía ya pensar dije en español «no me mareéis que llevo muchos kilómetros y no tengo el cuerpo para vaciles» se pusieron de acuerdo y uno me contesto en español con acento caribeño: «sigue por ahí y a cien metros la verás».

Ambos tenían razón, pero el italiano me indicaba la ruta más directa. Al seguir el camino del cubano tuve que subir unas escaleras, bajar otras y cruzar las vías por un pasadizo, para llegar a la estación, y poder comprar el billete de tren a Génova. Un último esfuerzo antes de subir al tren que me hubiese ahorrado si hubiese escuchado al italiano.

Por fin lo conseguí. Desde el tren llamé a Alessandra le di la noticia por la que se alegro y cuando llegué a Génova llamé a Giulia para decirle que ya estaba allí. Me esperaba junto a Cuccho al final de la Via Balbi, nos presentamos y me acompañaron a su casa.

Al llegar todavía tenía una sorpresa más. El piso donde viven en el centro histórico es un 7º sin ascensor. Cuccho viendo mi estado me ayudo con la mochila grande y la subió al piso, le estaré agradecido eternamente por el detalle.

Ya acomodado pude descalzarme, ver mis ampollas -la planta de mi pie era el doble- y relajarme con una ducha. Ellos se fueron a dar un paseo y me dejaron solo para que recuperase las fuerzas que me quedaban y al rato volvieron con la primera pizza que comí en Italia. Muy buena por cierto y lo primero consistente que metía al cuerpo en todo el día.

Más tarde vinieron varios amigos suyos a una reunión que tenían prevista y tras dos horas de risas y anécdotas con unas cervezas, pude ir a descansar hasta el día siguiente. Pero esto es otra historia, más tranquila, y la contaré en el próximo artículo.

Ciao!

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