Entre otras razones para repetir visita a Tailandia está la de tener un visado gratis para los europeos. Este visado entrando por tierra, como yo lo hago, es de únicamente 15 días, que se convierten en un mes si entras por un aeropuerto. Cosas de los visados.
Había cruzado a Myanmar por el paso fronterizo de Mae Sot, como pudiste leer en este post y para volver elegí el paso abierto en el norte por Mae Sai y de este momento es del que os voy a contar a partir de ahora, además de mi aventura para llegar a Phayao, donde me esperaban para trabajar en mi 10º voluntariado.
Todo comenzó cuando envié un correo electrónico ofreciéndome como voluntario a través de Workaway. En un primer momento la respuesta fue negativa por parte de Tangmo, aunque al día siguiente Chit, su marido, me envío otro mensaje diciéndome que si que era necesario y podía venir cuando quisiese a partir del día 18 de marzo.
Yo ya había conseguido mi visado para Myanmar en Bangkok y tenía la intención de cruzar al país vecino y pasar unos días para conocer un país que acababa de abrir sus fronteras a los forasteros, hacía poco más de dos años. Eso me daba la posibilidad de llegar aquí en el momento que me habían propuesto. Cruce el pasado día 23 tal y como te conté en el anterior artículo Myanmar: una aventura de ida y vuelta.
A Tailandia llegué con el tiempo justo antes de que cerraran la frontera y con la tarde cayendo, algo que me complicaba la idea que tenía de llegar hasta Phayao haciendo dedo, que, por otro lado, era la primera vez que me iba a poner en ello en Asia. Antes de intentarlo fui preguntando a los conductores de coches que estaban aparcados en mi camino. La intención, sino conseguía hacer este trayecto de invitado, era llegar hasta la estación de autobuses y allí esperar a que saliese un autobús.
Saque el dedo a pasear, pero por esta parte del mundo no se entiende el signo del dedo gordo señalando la dirección que quieres tomar, aquí, me enteré más tarde, se ha de poner la palma de la mano hacia abajo y esperar que alguien te pare. Esto lo sabía ¡¡pero creía que era solo para parar los taxis!! El caso es que ande unos 5Km con la mochila a cuestas y decidí preguntar en un par de gasolineras tanto por la estación de autobuses como por algún Guest House barato donde pasar la noche. Me pudieron dar alguna indicación, pero no me ayudó mucho. Agotado del viaje y de la caminata decidí cruzar al otro lado de la calle, donde me habían dicho que estaba la terminal, aunque tendría que esperar al día siguiente, prefería hacerlo allí y subirme al primer autobús que saliese hacia Phayao por la mañana.
Tuve la suerte de cruzar, de repente vi una oficina de la policía de inmigración abierta y decidí entrar ¡estaba vacía! Esperé unos 15 minutos y por fin apareció un oficial de policía que se sorprendió de verme allí, me preguntó cuanto tiempo llevaba esperando y si no me había atendido nadie, le contesté y me pidió disculpas, no importaba, tenían wifi gratis y me había conectado para poder estar entretenido con el móvil, mirando Facebook y los emails que habían entrado, que hasta entonces y desde hacía un par o tres días no podía comprobar.
Lo siguiente fue que Adul, el policía, se implicó en mi búsqueda y pidiéndome disculpas por tener que trabajar y no poder acogerme en su casa por esa noche, me llevó en su coche hasta la estación de autobuses, que no estaba tan cerca como me habían dicho. Ya en la terminal Adul preguntó a los ‘motoristas taxistas’, la mejor fuente de información según me dijo, sobre una guest house barata para mi. No supieron decirle, así que me planteo la posibilidad de quedarme y dormir allí mismo. Nos despedimos y le agradecí de corazón su ayuda.
A continuación busqué un lugar donde poder comer algo, no lo había hecho desde que me había bajado del avión en Keng Tong y de eso hacía más de 12 horas. En una tienda que estaba abierta pregunté y me indicaron que todo estaba cerrado ya, para poder comer algo en plato y caliente, así que le compré unos noodles baratos con aroma a gambas y me senté en la mesa que tenía instalada en la puerta. Pregunté si tenía wifi y Koson, el propietario, me contestó afirmativamente dándome la clave para acceder. Mientras estaba allí sentado apareció una pareja, me preguntaron si quería dormir en una guest house, evidentemente quería, era su casa y me costaba 200 Baht, intenté bajar el precio a lo que había pagado hasta entonces en Tailandia 100-125 Baht y se negaron, nos despedimos y seguí sentado en la pequeña terraza. Koson me preguntó si iba a ir a la casa, le contesté que no y me ofreció primero su terraza y poco después su coche, un todoterreno con caja abierta, para pasar la noche. Otro detalle de Koson que agradecí. Compré unas galletas para terminar la cena y él, poco después cerró su negocio, recordándome su ofrecimiento para pasar la noche.
Cuando me cansé de estar sentado me dispuse a preparar mi piltra en la caja del coche, con la colchoneta que llevo en la mochila y un saco para el verano que compré antes de salir y no había utilizado. Pasados unos quince minutos, empezaron a caer rallos y truenos sobre la ciudad. Esperé un rato tumbado y alerta, pero viendo como se ponía la tormenta, recogí todo a tiempo antes de que cayesen las primeras gotas, o mejor dicho ‘gotones’. Me tumbé sobre los asientos de piedra que tenía Koson en la terraza de la tienda y entonces comenzó a llover con fuerza. De repente las ráfagas de viento se volvieron peligrosas y el toldo que me cubría empezó a moverse violentamente. Más vale prevenir que curar me dije, y me levanté para dirigirme a la terminal que es abierta y cubierta. Los asientos están hecho a mala leche para que nadie se pueda tumbar, así que busqué el rincón más protegido, tanto de la tormenta como de las miradas indiscretas, extendí mi colchoneta de nuevo y con la mochila como almohada concilié el sueño.
Me desperté sobre las 4.30h, había podido dormir algo menos de 5 horas, me encontraba cansado, pero algo recuperado y empezaban a abrir las oficinas de venta de billetes de las diferentes compañías. Recogí el pequeño chiringuito que había montado y me fui a asear. A la vuelta pregunté en la oficina que me quedaba más cerca de mi habitación improvisada y me dijeron que en 1/2 hora salía el primer autobús hacía Phayao. Era perfecto, llegaría a Phayao sobre las 8.30h y Tangmo ya me había dicho por la noche, cuando había hablado con ella de que estaba intentado llegar a Phayao, que me vendrían a buscar cuando llegase.
El trayecto fue cómodo, en un autobús distinto a lo que había visto hasta entonces: los viajeros están separados del conductor, por una mampara y una puerta que lo aislaba de todos nosotros. En la primera parada volví a comprar unos noodles, que aunque no son santo de mi devoción, si que ayudan a matar el hambre. Mientras estaba comiéndolos el empleado del autobús, que acompaña siempre al conductor por estos países, nos entregó una botella de agua y unos pastelitos para desayunar. Los comí, aunque tampoco sean muy de mi agrado, la verdad es que tenía hambre, pero también es cierto que mi estómago se había cerrado ya desde Myanmar y podía pasar sin comer mucho durante bastantes horas, de todas formas no rechacé la invitación y comí.
El autobús llego a la hora prevista, las 8.30h, y nada más bajar, también estaba lloviendo en Phayao, llamé a Tangmo que me dijo que en 15 minutos llegaría. Pregunté en la terminal por una conexión wifi y no tenían para los clientes, en la de Mae Sai si que pude encontrarla y una señora, Supas, que hablaba algo de inglés me ayudó a traducir con los empleados lo que buscaba en ese momento que, o no querían o no sabían exactamente lo que les preguntaba. Estuvimos charlando un rato sobre cual era el motivo de mi visita a su ciudad y cuando apareció Tangmo con sus hijos Haruto y Rie, junto con Aki, un japonés que como yo está de voluntario en su casa, nos presentamos y creyendo que Supas era mi pareja comenzó a hablar con ella. Le aclaré que la acaba de conocer y charlando entre ellas se dieron cuenta que eran vecinas, aunque no se conocían.
Nos despedimos de Aki, que tenía que cruzar la frontera con Myanmar para renovar su visado de Tailandia y de Supas que también salía de viaje, de la terminal nos dirigimos directos a casa. Cuando llegué me encontré con dos voluntarias más: Johanna y Lulu, alemanas, que estaban limpiando lana para hacer hilo. Les habían encargado ese trabajo ya que con la lluvia que estaba cayendo, trabajar en el exterior de la casa era, cuando menos desagradable y además hacía fresco.
Yo en cuento llegué me encontré bien a la vista con los ingredientes necesarios para poder cocinar mi tortilla de patatas y quise entrar con buen pie, por lo que me dispuse a hacerla con el beneplácito de Tangmo. De nuevo fue un éxito y a todos les gustó.
Ese primer día para mi fue tranquilo, de toma de contacto, aunque eche alguna mano donde se me necesitó. Sigo estando en la casa, trabajando y ayudando a Tangmo y Chit a limpiar el campo y a construir una casa y un aseo para nosotros, lo voluntarios, pero esto es otra historia que contaré cuando termine el voluntariado, que será el próximo domingo día 5 de abril, ya que tengo que abandonar Tailandia para renovar el visado.
Desde aquí cruzaré a Laos, que se encuentra a cuatro horas de camino, para conocer un país que me han dicho es especial. También aquí estoy esperando la respuesta de algún anfitrión quiero ir a ayudarlo y de paso estar una temporada aprendiendo y conociendo la cultura laosiana, aunque por ahora, no he tenido éxito en la búsqueda. No importa, el viaje continua y lo seguiré contando, pero hasta entonces y como siempre…
¡Pura Vida!