Fiyi desde otra perspectiva
En la primera parte de este artículo, conté nuestra llegada a Fiyi. Conté los cuatro días de navegación desde Wallis. La entrada en el país y cuando llegamos al puerto deportivo de Vuda Marina.
Ahora seguiré con el relato de los días que pasamos allí amarrados, mientras esperábamos que nos entregasen la vela mayor y nuestra visita a varias islas fiyianas. Haciendo tiempo antes de partir hacia Tuvalu
¡Ah! también se unió al barco una nueva tripulante.
Dudas de seguir navegando o renunciar
Durante una de las conversaciones que mantuvimos Horst y yo a los pocos días de llegar, me hizo saber que mi mal estar navegando, no era una buena predicción de cara al futuro teniendo que recorrer miles de millas náuticas en el velero y con ello me sugería un cambio de planes. Le di la razón, no podía hacer otra cosa ¿me había leído el pensamiento o yo a él? Lo cierto es que se me vino el mundo encima, aunque yo estaba pensando en ello, no tenía nada alternativo preparado para seguir mi periplo y mi presupuesto estaba bajo mínimos para lanzarme a cualquier aventura.
En mi cabeza se enredaban mis pensamientos, por un lado quería cumplir el compromiso que había adquirido con él y conmigo mismo de hacer este viaje por el Pacífico. Pero a la vez el malestar durante la navegación era un mal compañero que me llevaba por la calle de la amargura, añadido a la relación entre ambos, digamos… distante, o… tirante, aunque correcta.
Decidimos que durante los días que estaríamos allí, buscaríamos una solución y tomaríamos la decisión correcta para ambos. Yo me podía quedar en el barco, hasta entonces. Mi cabeza bullía buscando una alternativa que no llegaba. El tiempo pasó tranquilo, una buena forma de pensar. Nos desplazábamos a Lautoka algunos días a hacer las compras pertinentes para llenar la despensa y dar paseos por la ciudad y yo seguía con mi angustia sin saber que hacer.
Lautoka y Vuda Marina
La primera vez que nos desplazamos a la ciudad, el segundo día, usamos el autobús local, que además de económico era divertido, por lo menos para mi. Pero Horst, que no es un santo de paciencia, decidió que lo cambiaría por el taxi, con un recorrido más directo, cuando bajase conmigo o solo. Tampoco el precio del taxi era muy elevado, aunque multiplicaba por quince el del autobús. Yo incluso pude hacer dedo un día cansado de esperar el autobús, y me funcionó.
Mientras esperábamos que nos entregasen la nueva vela mayor -ya que Horst decidió que era mejor una nueva que arreglar la vieja para proseguir viaje- también pusimos el barco en tierra durante un par de días para limpiar el casco de las lapas y las algas adheridas y pintarlo de nuevo. La tarde que comenzamos con la limpieza, Horst dijo que me ahorraba el cocinar y que cenaríamos en el restaurante de Vuda Marina.
Nada más llegar al bar Miguel, el encargado, un venezolano con el que tenía muy buena relación y que conocí el día de la llegada al preguntarme por mi nacionalidad debido al acento con el que hablaba inglés, me presentó a Inés, una guapa española, joven, que estaba allí trabajando en el departamento de veterinaria y que precisamente se encargaba de las cuarentenas de las mascotas, entre otras cosas -lastima que no tenga fotos de ellos-.
Inés seguramente se hubiese cuidado de Prince, pero Horst decidió que no haría pasar al perro por la cuarentena de un mes, cuando el departamento de sanidad hizo los trámites con nosotros a la llegada a Vuda Marina y nos comunicó que era necesaria. Esto si queríamos que el perro pisase tierra.
Para evitar tentaciones por nuestra parte, nos hicieron depositar una fianza de 1.500 $ fiyianos, que en caso de que nos pillasen rompiendo el trato, perderíamos. Así que el perro, nos veía bajar y subir del barco, veía otros perros pasear por sus narices por tierra y él tenía que permanecer en el espacio del barco, que si bien no es pequeño, si le limitaba. Una política de tortura con los animales, como comenté con los agentes el mismo día de la llegada ¡Pero la ley es la ley! ¡Qué manida frase y que cansado estoy de oírla!
Conociendo el litoral de Fiyi
Antes de que nos entregasen la vela nueva y con el casco pintado y el barco limpio, instalamos la vieja vela remendada para darnos el paseo de varios días y conocer mejor Fiyi. Pudimos anclar en: Somo Somo, Blue Lagoon, Mana Island o Musket Cove. En cada uno de los lugares, debíamos de presentar nuestros respetos al jefe del poblado correspondiente, como una tradición que incluye un regalo y que nos recomendaron, fuesen las raíces que utilizan para hacer la bebida tradicional en algunos países del Océano Pacífico: el kava y efectivamente era muy bien recibido y también compartido con nosotros.
En Musket Cove, que también tiene un pequeño puerto deportivo y un resort y donde esta tradición no se exige, amarramos el barco en una bolla de la bahía. Cuando fuimos a pagar el amarre, John, encargado en ese momento de la oficina del puerto deportivo, me regaló una tarjeta de teléfono para poder utilizar de nuevo internet. Conseguirlo durante el viaje se estaba convirtiendo en casi una odisea. Lo agradecí efusivamente. En Musket Cove pudimos contar a nuestra llegada más de 40 barcos, entre veleros y catamaranes amarrados a bollas o anclados, aunque, curiosamente, no tuvimos relación con ninguno.
Después de diez días yendo y viniendo entre islas, disfrutando de la hospitalidad de sus gentes y vivir alguna fiesta local donde nos agasajaron con comida y bebida típicas de país y antes de volver a Vuda Marina, Horst me comunicó que teníamos nueva tripulante que había contactado, al igual que conmigo, a través de Findacrew.com.
En el camino de vuelta a Vuda Marina, paramos a recoger a Judith, una alemana de 21 años, que cuando se unió al barco fue un soplo de aire fresco y alegría en el velero. Venía con ganas de aprender, era un torbellino, y me di cuenta gracias a ella, observándola, que me estaba equivocando en mi relación con Horst, reprimiendo mi forma de ser para agradarle a él, consiguiendo todo lo contrario a mis propósitos. Con Judith en el barco, se abría una nueva etapa.
De camino a Vuda Marina, Horst decidió que anclaríamos de nuevo en Musket Cove y Judith y yo pudimos comenzar a conocernos un poco mejor contándonos nuestras pequeñas batallitas. Bajamos a tierra juntos para poder utilizar las instalaciones del pequeño puerto deportivo: ducha, supermercado, etc. y como ya he dicho venía con muchas ganas de aprender, desde el primer momento quiso hacerse cargo de llevar la lancha y por mi, no hubo ningún problema.
Prosiguiendo el viaje
Antes de que abandonásemos Vuda Marina definitivamente, Judith y yo, en una de nuestras idas a Lautoka para comprar provisiones, nos acercamos a una farmacia y compramos las pastillas para evitar los mareos que me recomendó Diego de Miguel, un amigo español, también navegante, al que le pregunté.
El farmacéutico no daba crédito, ya que hicimos buenas provisiones para el viaje. También aprovechamos para hacernos una limpieza de dientes y yo visitar al médico para que me recetase algún antibiótico con el que ayudarme a cerrar unas heridas en la pierna izquierda. Las llevaba desde Samoa y no había manera de que se curasen por culpa de una bacteria. Lo conseguí.
La noche antes de salir, Miguel, el encargado del restaurante me ofreció -conocedor de mi buen hacer en los fogones- preguntar a los propietarios si tenían un hueco para mi en la cocina durante unos meses, un dinero que me vendría muy bien para proseguir el viaje por mi cuenta. Lo agradecí, pero lo descarté por ser nuestro último día en Vuda Marina y haber tomado la decisión que seguiría con los viejos planes.
Aunque la tentación de quedarme me persiguió incluso después de irnos, ya que una nueva bronca con Horst, otra más por jugar con Prince, el perro, me hizo replantearme otra vez continuar. Pero ya era demasiado tarde: navegábamos hacia Blue Lagoon de nuevo y a los días pondríamos rumbo a Tuvalu. Estábamos lejos de Vuda Marina y ¿cómo llegar?
En el camino a Blue Lagoon, hicimos escala en Somo Somo, donde anclamos por la noche. Amaneciendo y con la marea empezando a bajar, tuvimos el susto de que la quilla del barco estaba rozando el fondo de la bahía, lo que hizo que casi sin desperezarnos del sueño, levásemos ancla y saliésemos a toda prisa antes de encallar allí.
A Blue Lagoon, llegábamos a mediodía y antes de poner proa hacia el pasaje, por fin mis ojos, veían delfines nadando alrededor nuestro, con gran regocijo para Judith y para mi. Judith traía suerte, con ella también llegaron los delfines.
Pasamos un par de días en Blue Lagoon y el 3 de octubre, por la mañana, salíamos con destino a Tuvalu. Seguía aprendiendo geografía y poniendo mi cuerpo y mi paciencia a prueba ¿Conseguiría sobreponerme al mal de mar y los mareos? ¿Mejorarían las relaciones con Horst?
Esto será parte de lo que contaré en el siguiente artículo y os presentaré un país llamado Tuvalu, el segundo con menos altura del mundo y con un peligro real sobre él: su desaparición en un futuro si el calentamiento global sigue su curso actual.
Hasta entonces y como siempre…
¡Pura Vida!