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Cinco años de La Vuelta al Mundo Sin Prisas… y el viaje continúa (2)
Un resumen repasando algunos detalles importantes del viaje, desde el día que comenzó un 15 de marzo de 2014 hasta hoy. Cumpliendo el quinto aniversario de La Vuelta al Mundo Sin Prisas. Segunda parte: Recorriendo el Sudeste Asiático sin dinero.

Cinco años de La Vuelta al Mundo Sin Prisas… y el viaje continúa (2)

Un resumen repasando algunos detalles importantes del viaje, desde el día que comenzó un 15 de marzo de 2014 hasta hoy. Cumpliendo el quinto aniversario de La Vuelta al Mundo Sin Prisas. Segunda parte: Recorriendo el Sudeste Asiático sin dinero.
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El anterior post, primera parte de este repaso a mis cinco años viajando, hice un resumen de los primeros nueve meses y medio de La Vuelta al Mundo Sin Prisas durante 2014: entre España y China por tierra. Revisando anécdotas y ofreciendo dando datos e información, por si tu viajas por alguno de esos países.

Esta segunda entrega la voy a dedicar al Sudeste Asiático. Fue el segundo año de la vuelta al mundo y haré un repaso a esta parte del mundo tan variada y exótica; un crisol de culturas ancestrales, muchas mezclándose con las costumbres occidentales –y no precisamente siempre las mejores-, aunque manteniendo una identidad propia. Arquitectura con equilibrios y formas que sorprenden por su originalidad. Gastronomía variada y mayoritariamente deliciosa. Amabilidad y hospitalidad. En definitiva, todo un shock de emociones positivas.

Año 2015: Recorriendo el Sudeste Asiático

Llegué con la lengua fuera. Sin dinero y con la misión de convencer a las autoridades vietnamitas de que había cometido un error al pedir mi visado en el consulado de Guangzhou y necesitaba entrar en el país con dos días de antelación.

En la frontera china, los funcionarios no me podían dejar pasar, ya que me quedaba en tierra de nadie y no era una opción. El policía chino que me atendió, leyó la carta que me habían traducido mis anfitriones a su idioma. Explicaba que me había ocurrido y además me ayudó a ganarme su simpatía. Al parecer le hizo mucha gracia algún añadido de su cosecha.

Tras la lectura y conociendo mi problema me ofreció dos opciones: La primera era esperar en un hostel en Pingxiang –última población cercana a la frontera y desde donde llegué en taxi-. La segunda que él podía ir a negociar por mí con los funcionarios vietnamitas, para pedirles que hiciesen una excepción y me dejasen entrar.

Evidentemente elegí la segunda, entre otras cosas por mi falta de fondos para pagar un hostel. Pero también por qué ¿quien me decía a mi que el funcionario que me encontrase iba a ser tan amable y comprensivo con mi situación a los dos días? Mi visado en China acababa ese día y me podía enfrentar a una multa de 500 yuan por cada día de más.

Vietnam

El policía chino tardó poco en volver y al acercarse a mí para darme las noticias de la negociación, me soltó un “you’re a lucky man!” –eres un tío con suerte- que me confirmaba que sus gestiones habían salido bien y tenía permiso para cruzar.

Llegué al edificio de la frontera vietnamita andando entre barrizales -la zona estaba en obras-. Me puse a la cola del control de pasaportes y cuando llegó mi turno el oficial recibió una llamada que le explicaba mi situación y confirmaba que podía sellarme la entrada al país y cambiarme la fecha de salida.

A Hanói llegué con el autobús de una amiga del oficial de policía vietnamita. Todo bien, hasta que el autobús me dejó a las afueras de la ciudad y yo me encontré a oscuras, perdido y quien sabe a cuánta distancia de la casa donde –todavía no- me esperaban.

La primera lección que aprendí entonces es que los precios son para ti -un dólar con patas en muchas ocasiones- mucho mayores que para un local. Aplicando paciencia, con el taxista llegué a rebajar a la mitad la cantidad que me pidió. Y no fue la única vez que rebajé los precios en la mayoría de los lugares donde compré.

En la casa me esperaban dos días después, ya que no pude avisarles tras lo precipitado de mi viaje y fue una sorpresa para todos ellos. Allí pasé casi el mes que tenía concedido en el visado. Fueron tres semanas ayudando en una academia de inglés, conociendo la cultura vietnamita desde dentro y haciendo amigas y amigos entre los alumnos. Tras ese tiempo me fui al centro del país a Hué, donde los dos días iniciales se convirtieron en cinco.

En Vietnam pude viajar en tren y en autobús. El tren me trasladó de Hanói a Hue en un vagón cama. Cómodo y no muy caro. Y desde Hue a Ho Chi Minh City, viajé en un cómodo autobús cama durante 30 horas para pasar una única noche allí y cruzar a Camboya.

Camboya

De nuevo mi imagen era la de un dólar con patas. Supongo que están acostumbrados a ver a mochileros que llevan cargadas las alforjas y a los que se les puede sacar unos dineros extras con algún truco sencillo.

En Nom Pen, la capital camboyana, el conductor del tuk tuk que pillé para moverme entre la parada del bus que me trajo de Vietnam y la estación desde donde salían furgonetas dirección a Sihaoukville, también en Camboya, se quiso pasar de listo y no solo me dio un paseo innecesario -ya que iba con el tiempo justo- sino que quiso colocarme al doble o más del precio. Pero lo cacé en la trampa a tiempo y la tuvimos tiesa.

En Sihanoukville me reencontré con Diego, un viejo amigo de Zaragoza, que vive allí desde hace años y con varios negocios montados. Me apoyó dándome cobijo y comida, a cambio de alguna ayuda que me pidió. Tras pasar allí una semana, mi destino era la isla de Koh Totang, donde volvía a hacer un voluntariado.

Un lugar alucinante donde unos australianos habían montado un resort con unas pocas cabañas y donde me encargaba de cocinar y ayudar en otros trabajos necesarios de mantenimiento, como por ejemplo limpiar la playa a diario de plásticos y basura que llegan desde el mar.

Una pena, pero esta zona tan bonita del planeta está muy mal tratada, sobre todo por sus propios habitantes, que no tienen reparo en tirar basuras en cualquier lugar. Lo que, desgraciadamente, en muchos casos, crea paletas de colores artificiales, en cunetas y playas.

Tailandia, Myanmar y Laos

Por Tailandia pasé en tres ocasiones diferentes. La primera tras Camboya cruzando la frontera para llegar hasta Bangkok. Una frontera que diferencia a los países también por la limpieza que se nota en sus carreteras y ciudades.

En Bangkok pasé un par de días en el hostel más “punk” que he visto hasta el momento, y de aquí me moví a la casa de un español que trabajaba y vivía en la ciudad. A los dos años de conocernos tuvo un accidente donde perdió la vida. Goto, era un personaje especial y al que recuerdo con mucho cariño. Hablábamos el mismo idioma, por lo que la conexión con él fue inmediata.

Myanmar

La segunda vez que visité Tailandia fui a Phayao al norte para hacer un voluntariado durante dos semanas. Fue tras mi paso fugaz de cinco días por Myanmar. País que me abrió los ojos a otras realidades. Las guerras silenciadas pero existentes que se mantienen en este país, al norte y al sur y que en mi caso me impidieron seguir el camino por tierra, obligándome a subirme al primer avión de todo el recorrido hasta la fecha.

Y gracias a que me encontré con Ye Ko Ko, un taxista local de Tachileik, que se convirtió en mi guía, por amistad y su buen espíritu. Además me ayudó pagándome el hostel donde pernoctaría la noche antes del vuelo. Mis fondos estaban bajo mínimos y no tenía manera de conseguir más a corto plazo ni de pagar los 10$ USA que costaba estar en un colchón en el suelo, en una habitación compartida y con un baño de pesadilla. Pero agradecí poder dormir en un lugar a cubierto.

Laos

Y tras dos semanas en Phayao, crucé la frontera a Laos. Llegué a la primera población y desde allí en un autobús -que casi cogí en marcha- llegué hasta Luang Prabang, viajando de noche por una carretera para hacer motocross, más que para circular. En Luang Prabang pasé únicamente una noche, y gracias, porqué encontré un hostel barato que me lo permitió.

Mi destino era Vientiane la capital laosiana y allí estuve tres noches más. Pude vivir por casualidad el cumpleaños centenario del monje de mayor rango de uno de los templos importantes de la ciudad. Todos los que pasábamos a visitarlos, estábamos invitados a comida y bebida. También a conocer algo de su cultura con los diferentes actos preparados para la ocasión. La amabilidad y hospitalidad asiática se reflejaba en cada paso que daba por los países del Sudeste Asiático.

Y volvía por última vez a Tailandia. Un autobús me llevó de capital a capital. De Vientiane a Bangkok, a casa de Goto. En estos últimos días por el país, viví la fiesta del año nuevo tailandés llamada Songkran -en la que el agua es el elemento festivo- y crucé a Malasia -sin móvil ya que se había mojado, pero con una cámara de todo a 100 con la que pude seguir haciendo fotos del viaje-, tras un trayecto en tren de más de 12 horas que recordaré siempre por su magia.

Malasia

Malasia fue uno de los países en el que más tiempo he pasado durante el viaje. Aunque en varias etapas. La primera, cuando crucé desde Tailandia y apuré hasta el final los tres meses gratuitos de visado que tenemos los españoles.

Comencé cerca de Kuala Lumpur, en un resort en la selva malaya, ayudando como voluntario. Un voluntariado atípico donde no había un trabajo específico que hacer, pero había que hacer de todo. Solo ofrecían a cambio el alojamiento y algunos de los alimentos que se pueden considerar básicos: arroz, sal, azúcar, noodles, aceite y especias, etc. Lo demás corría de tu cuenta, pero el trabajo era poco y el ambiente muy especial.

Durante mi estancia en Bamboo Village cree el canal de YouTube del viaje, que desde el inicio tenía intención y no había conseguido hacer. Y aquí también aparecería el siguiente destino al que me movería. Esperé hasta conseguir los fondos necesarios para el viaje y gracias a las postales que me compraron algunos de mis amigos en España, pasados dos meses, podía arrancar y seguir camino.

Fui a Lanchang, en mitad del país, un lugar pequeño y auténtico donde podía conocer un poco mejor la cultura malaya. Poco turístico, pero popular por su reserva de elefantes asiáticos. Adnan, propietario de la granja donde realicé mi voluntariado, me invitó a conocerla. Aquí terminaba la primera etapa en Malasia. Mi visado se acababa y me dirigía a Singapur.

Singapur y segunda etapa malaya

Singapur estaba en mis planes pero solo para subirme a un barco que me llevase a Indonesia. No tenía mucha opción en un país rico con mi apurado presupuesto. Sin embargo Jeffrey, que me recogió a mi llegada a su país, me insistió en quedarme un par de días y posteriormente volver a Malasia a ayudarle en una granja de bambú en Kulai y un orfanato en Johor Bahru. Ambos de su propiedad. A Jeffrey y Chang, su socio, los conocí en Lanchang el último día que estuve allí, cocinando para ellos.

Resultó que la granja eran los campos de bambú que rodeaban el templo budista más grande de Malasia. Estaba cumpliendo un sueño que creció durante mi viaje por China: colaborar en un templo budista como voluntario. En Johor Bahru, en el orfanato, batí el record de tortillas hechas en un mismo día: 25, para todos los niños que nos encargábamos de cuidar. Fueron dos experiencias increíbles que completaban mi segunda etapa malaya.

Indonesia

En Indonesia conocí a gente increíblemente amable y hospitalaria y en la otra cara de la moneda, perdí por primera vez mi móvil y pagué una multa -unos 60$ al cambio- por pasarme en dos días de la fecha del visado. Estos imprevistos me dejaron el presupuesto temblando de nuevo, e impidieron que pudiese seguir mis planes, de volver otra vez.

En Indonesia el primer trayecto fue corto, en barco rápido, hasta la isla cercana a Singapur llamada Batam donde, tras una noche acogido en casa de un couchsurfer, me subiría a un ferry para llegar a Java navegando dos días.

Una noche en Yakarta para al día siguiente trasladarme a Sukabumi a hacer mi primer voluntariado en Indonesia. Rodeado de naturaleza salvaje y en mitad de un bosque protegido estaba Tanakita. Se notaba que había buen ambiente y armonía. Las dos semanas previstas inicialmente se convirtieron en cinco y consumí gran parte del permiso para estar en el país.

Un país tan grande e insular, necesita tiempo para recorrerlo. A mi me “pilló el toro” y en distancias tan largas, por carreteras complicadas y el mar separando territorios el tiempo corrió en mi contra. Mi siguiente destino fue Belopa, pequeño pueblo del interior de Sulawesi, donde de nuevo ponía mis conocimientos de inglés al servicio de un voluntariado, enseñando a los principiantes el idioma.

Tras pasar dos semanas, de nuevo increíbles, tenía que seguir camino para cumplir con la fecha del visado. Sin embargo los transportes públicos no son puntuales y desde el autobús, que me debía de llevar a Palu, pasando por el ferry para llegar a Kalimantan, los retrasos fueron acumulandose y finalmente me penalizaron a mi salida del país. De nuevo Malasia era mi destino: la isla de Borneo.

Borneo: Malasia y Brunei.

La llegada a Malasia fue rápida desde Nunukan. Pero ahora estaba al sur de Borneo y debía de llegar al norte. Una noche de autobús y llegué a Kota Kinabalu de madrugada. Tras pasar una noche en un hostel, un couchsurfer me acogió durante un par de días, antes de que mi vuelo a Filipinas saliese. Y otro problema se me presentó: debía de tener salida de Filipinas, si quería entrar.

Compré un vuelo de vuelta a Kota Kinabalu, que cambiaba mis planes totalmente, pero era lo más rápido y económico. Cuando volví, y tras un par de noches en el hostel, una couchsurfer y viajera, me daba espacio en su casa, para hacer un voluntariado: debía de cuidar de sus tres gatos y encargarme del mantenimiento de la casa, mientras ella estaba fuera y cuidaba a su vez la casa de sus padres.

Fue una suerte y Nina -que se convirtió en una amiga y seguimos en contacto-, volvería a acogerme durante mis últimos días en el Sudeste Asiático a mi vuelta de Sandakan. Aquí hice un voluntariado en un hostel, gracias a la información que me habían pasado Andrea y Nico, unos voluntarios argentinos con los que coincidí en Belopa. Y también por primera vez en mi vida un autobús me paraba haciendo autostop y me dejaba viajar sin pagar el ticket.

A mi vuelta de Filipinas, también pude visitar Brunei por un par de días. Conocer el museo nacional -donde se exponen las joyas de la corona y los objetos que otros mandatarios han regalado al sultán-, o las mezquitas, iglesias y templos, eran las actividades que se podían hacer con un presupuesto como el mío en uno de los reinos o sultanatos más ricos del mundo.

Por cierto, la paridad del dólar de Brunei y de Singapur es prácticamente el mismo.

Filipinas

Fue el último país que visité en el Sudeste Asiático y el primero al que llegué en vuelo internacional. Hasta entonces todas las fronteras las había cruzado por tierra o mar. Y realmente mi intención era viajar en barco entre Sandakan (Malasia) y Zamboanga (Filipinas), pero tanto de un lado como de otro, me quitaron la idea de la cabeza. Resulta que allí Al-Qaeda está muy activa, a través de Abu Sayyaf -grupo terrorista local-, y los extranjeros somos posibles botines de secuestros o incluso algo peor.

Los nuevo planes me llevaron a Luzón, al norte, donde se encuentra Manila. En la gran capital, la más contaminada del mundo, me ayudó de nuevo una couchsurfer con su casa -al principio de mi llegada al país y cuando volví de Sorsogón, que me aceptó como voluntario-. Mucho que ver en Manila y vieja historia que nos relaciona, que conocer.

Lo de Sorsogón fue improvisado. Había puesto una alerta en Couchsurfing de que andaba por Filipinas y buscaba anfitriones. Macky me envió un mensaje invitándome a su casa en esta ciudad del sureste de Luzón y allí pasé dos semanas. Pude vivir la realidad filipina de gente humilde pero muy hospitalaria y visitar lugares con un pasado muy español.

Termina 2015 y me despido del Sudeste Asiático

A finales de año tenía un vuelo entre Kota Kinabalu y Perth, en Australia, haciendo escala en el aeropuerto internacional de Kuala Lumpur. Viajaba el mismo día 31 de diciembre y recibiría el nuevo año en vuelo, amaneciendo en Australia Occidental.

Estaba en Oceanía, donde fueron sucediéndose acontecimientos que comenzarían a alargar el viaje, más allá de lo previsto. Eso sí, viviría una de las aventuras más interesantes de mi vuelta al mundo y mis planes del viaje se irían definitivamente al garete, haciéndome cumplir otro de esos sueños que tenía desde siempre.

Pero esto será la historia de la tercera parte de esta serie de cinco artículos, cumpliendo el quinto aniversario del viaje.

Hasta entonces y como siempre…

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