Entre Rosario y Buenos Aires. Encuentros y reencuentros en Argentina
Había sido un viaje como autostopista muy interesante pero agotador. Ahora me quedaba llegar a casa de Carlota, como ya conté en el anterior artículo Ricardo, el camionero, me había dejado a la entrada de Rosario y en la zona en la que me encontraba, no era la más adecuada, por seguridad, para un extranjero y menos cargado con dos mochilas.
Me lo había avisado el guardia de seguridad de una factoría donde pregunté. Esperé al autobús durante un buen rato, pero viendo que pasaba el tiempo y no llegaba decidí parar un taxi.
Conociendo a Carlota
El trayecto no era muy largo según el mapa que estaba usando en el móvil, pero, sin conocer la ciudad, quien sabía exactamente. El taxi me costó un dinero que seguro me hubiese venido mejor para otra cosa, aunque puse por encima la seguridad.
Cuando llegué a casa de Carlota ya me estaba esperando. Abrió la puerta y nos fundimos en un abrazo. La estaba conociendo personalmente en ese momento, aunque habíamos podido hablar varias veces a través de las redes y el cariño que su madre y yo nos tenemos desde nuestros tiempos jóvenes nos facilitaba las cosas. Si Carlota era como Ana, iba a estar muy cómodo.
La perra de Carlota, Barba Azul, también notó ese cariño y me recibió como a un viejo amigo. La verdad es que esa perra tiene a su vez algo especial. Dicen que los animales se parecen a sus dueños y en este caso el dicho, se confirmó. Hasta Carlota se sorprendió de la reacción de Barba Azul conmigo. Tengo que decir que durante el viaje, he aumentado mi buena relación con los animales domésticos.
Carlota me ofreció un arroz que había cocinado mientras me esperaba, necesitaba meterme algo al cuerpo y me vino muy bien. Mientras yo comía charlamos y nos conocimos un poco mejor. Me ofreció dar una vuelta, Barba Azul necesitaba dar su paseo y quería enseñarme la parte de la ciudad donde vive, una zona muy acogedora, cercana al río y con un paseo largo a través de un parque que tanto para la perra como para nosotros era perfecto.
Cuando cayó la noche volvimos a casa. Era el momento de preparar una cena y vino Kava, su pareja, a acompañarnos.
Amaneciendo en Rosario
La mañana siguiente Carlota y Kava madrugaron y se fueron a trabajar. Un buen desayuno compartido y tras el, me preparé para salir y hacer unas compras. El tabaco en Argentina no es muy caro, bastante más barato que en Chile, y Carlota que conocía un estanco donde además mantenían viejos precios, me lo recomendó para hacer acopio.
La caminata hasta llegar allí fue larga y de paso aproveché para hacer unas compras en un supermercado y llenar la nevera. La vuelta a casa fue más dura con las bolsas cargadas. Recuperé fuerzas con una buena comida y me tumbé a descansar.
Por la tarde había quedado en ir a buscarlos al bar donde trabajan en la playa del río Paraná a su paso por la ciudad de Santa Fé. Llegué en autobús, y antes compré una tarrina de helado en la heladería cercana a su casa, que el día anterior había conocido mientras dábamos la vuelta por el barrio, para invitarlos. Unos helados artesanales y deliciosos.
Llegué a La Rambla -así se llama el paseo marítimo del río- con el autobús que prácticamente era de puerta a puerta. Carlota y Kava ya habían terminado de trabajar y nos quedamos hasta tarde con sus amigos bebiendo cerveza. Mucha cerveza. Cuando oscureció decidimos ir a casa a preparamos una buena cena con Agustina –una amiga de La Patagonia y que también trabaja allí- que vino con nosotros. La tortilla de La Vuelta al Mundo Sin Prisas no podía faltar e hizo la número 490 de tortillas cocinadas en el viaje.
Al día siguiente el guión fue parecido. Madrugamos y por la tarde me acerqué hasta el bar en la playa con el helado. Allí estaban junto a Carlota, Kava y Agustina y Fernanda y Pablo, que habían llegado de Buenos Aires para pasar ese fin de semana en su casa. Íbamos a estar apretados, pero no importaba.
Por la noche tras un buen paseo en coche por la ciudad, nos fuimos a cenar por el barrio y después con el estómago lleno, a un club aprovechando que era un fin de semana largo y hasta el martes eran días festivos de carnaval. Aún con la animación del lugar, no tardamos mucho en ir a casa para seguir con la fiesta a nuestro aire y sin tumultos.
Durante las copas nocturnas pregunté a Fernanda y Pablo cuándo tenían pensado volver a Buenos Aires y si tenían espacio para uno más. Me confirmaron que el domingo o lunes por la mañana a más tardar saldrían hacía allí y que por supuesto tenía sitio para ir con ellos.
Que llegasen en coche fue una sorpresa, yo creía que lo harían en autobús y me vino muy bien, porque mi intención era ir a la capital haciendo autostop y su favor me ahorraba horas de espera, como ya había comprobado para llegar a Rosario. Hoy en día los conductores se fían menos de los autostopistas y los camioneros que antes solían parar, ahora lo tienen prohibido, sobre todo por cuestiones de seguro de accidentes. Aunque algunos afortunadamente todavía se arriesgan y te recogen.
El viaje a Buenos Aires
Salimos de Rosario por la mañana temprano aprovechando que todos tenían que madrugar para ir al trabajo -sí, aunque era fiesta los bares no cierran y tanto Carlota como Kava tenían turno-. El viaje en coche fue realmente rápido entre Rosario y Buenos Aires. Sobre mediodía ya estaba en el portal del edifico donde vive Andrea, a quien conocí en Indonesia en el voluntariado que hicimos juntos en Belopa y ya desde entonces, me había invitado a pasar por su casa al llegar a Argentina.
Durante nuestras conversaciones Andrea me había avisado de que hasta las siete de la tarde no llegaría, había aprovechado el fin de semana largo de carnaval para irse fuera de la ciudad. Intenté quedar con Nico, su ex pareja, al que conocí con ella en Indonesia, pero también estaba fuera de Buenos Aires por el mismo motivo.
Me tocaba estar en la calle con mis mochilas un largo rato. Allí me quedé, aprovechando el buen tiempo y el sol que hacía a esa hora. Calentaba pero no asfixiaba y además yo estaba de muy buen ánimo.
Mientras me liaba un cigarro, mi suerte volvía a aparecer en forma de persona. Alejandro Calise, un argentino viajero, pasó por mi lado y me saludó “¡Hola viajero!”. Él iba con su perro y me preguntó por mi viaje. Le devolví el saludo agradecido y comenzamos a charlar. Se interesó por lo que hacía allí parado con mis mochilas y cuando le conté, me invitó a dejarlas en el carro de su bici que tenía en el garaje de la casa.
Alejandro Calise el viajero y el reencuentro con Andrea
Alex es de Mendoza y viaja con su bicicleta y su perro Cucumelo. Están recorriendo Sudamérica –aunque con intenciones de cruzar el charco- y en ese momento estaba viviendo una temporada en el mismo edificio que Andrea. Me ofreció también la opción de dejar la mochila en su casa en vez de en el garaje y acepté.
Cuando dejé mi mochila, le propuse invitarlo a comer. Podía hacer mi tortilla de patatas y una ensalada si le apetecía. Aceptó y me invitó a pasar la jornada allí hasta la llegada de Andrea. Pasamos una tarde entretenida, charlando y contándonos nuestras historias viajeras y llegado el momento el tomo un descanso y yo trabajé con el ordenador.
Andrea llegó pasadas las siete de la tarde y me avisó para que bajase a su casa. Ella vive en el 2º y Alejandro en el 6º. El reencuentro fue genial. Durante nuestro voluntariado en Belopa, habíamos pasado muy buenos ratos juntos y el idioma común y nuestro espíritu aventurero, nos había hecho además buenos amigos.
Lo que yo no me esperaba era la separación de Andrea y Nico -que me sorprendió-, ya que se les veía unidos y compenetrados -contaban sus historias viajeras en el blog altibajosenmochilas.com-. Pero la vida da vueltas y nunca sabes que podrá pasar mañana y que lo que pase, cambie tanto una vida en común.
Una cena para el reencuentro
Esa misma noche tenía una cita muy especial. Tras mis cuatro años viajando, había sentido el cariño de muchos amigos que viven alrededor del mundo. Unos me invitaban a venir a sus casas cuando llegase a sus países, otros me apoyaban en la distancia con la compra de postales –algo que por cierto se mantiene y me ayuda a seguir camino- y muchos se ponían en contacto conmigo, para charlar a través de las redes sociales, darme ánimo y preguntarme por mis vivencias.
Entre ellos estaban Enrique y Jose, que desde el inicio hicieron todo lo que he explicado para apoyarme. Para todos era un momento especial poder reencontrarnos y nuestra coincidencia por llegar a Buenos Aires el mismo día, fue un motivo para quedar e invitarme a cenar.
Andrea me explicó como podía llegar al restaurante situado en la zona de Palermo, en la capital argentina, y me cedió una de sus tarjetas de transporte llamada Sube y que es obligatorio tener si has de usar autobuses o metro en la ciudad, por ser la única manera de pagar. Ayudado por mi teléfono móvil, llegué sin problemas pero con un pequeño retraso y mientras andaba por las calles del barrio Palermo mencionado, me trasladé a las calles del centro de Madrid, por su parecido.
En el restaurante vegetariano estaban Enrique y Jose, Toño quien les acompaña a todos los sitios por Sudamérica como su mano derecha y su pequeña, Asia, a la que había conocido al poco de nacer, pero no había visto desde entonces y que me sorprendió por su crecimiento. Algo natural por otro lado.
La cena fue fantástica y deliciosa, pudimos contarnos idas y venidas de las dos partes, aventuras que yo había vivido y la racha de éxitos que están teniendo, tanto Enrique con la música, como Jose en su faceta de fotógrafa y ahora también como realizadora de vídeos. Tras la cena, una despedida cariñosa y cálida y una próxima cita para dos días después en el recinto del concierto, el Luna Park, para ver su actuación a la que me habían invitado.
La renovación de mi pasaporte
Al día siguiente era martes y la ciudad volvía a la actividad diaria y Andrea a su trabajo. Me dejó en casa y me explicó como podía llegar al consulado español, ya que tenía que renovar mi pasaporte, que aunque todavía tenía validez hasta 2022, había agotado todas sus hojas después de los cuatro años en los que había cruzado 42 países y la mayoría de ellos exigían visado.
Al consulado había llamado para informarme, ya que vía internet me habían dado fecha para finales del mes de junio -estamos en febrero- y era imposible quedarme allí tanto tiempo entre otras cosas porque el visado era solo de 90 días y para el día de la cita pasaba de 4 meses. Mis gestiones telefónicas fueron infructuosas y en mi tercera llamada el teléfono ya estaba apagado, lo que encendió mi rabia, esa que contengo y mantengo a ralla durante todo el viaje.
¿Cómo era posible que el teléfono de urgencia de la embajada en Argentina, se apagase? Aunque no era una situación de vida o muerte ¿cómo podía saberlo quien tiene a su cargo ese número de teléfono?.
Estas preguntas se las trasladé vehementemente a la empleada que me atendió en la ventanilla y que pidiéndome disculpas fue a hablar directamente con el cónsul, o similar, para al volver decirme que todo estaba solucionado. Iban a tramitarlo por vía urgente, debido a la excepcionalidad de mi solicitud.
Me advirtió a su vez que necesitaba esperar durante 20 días para tenerlo, lo que no era un problema para mi, ya que tenía previsto estar algo más de ese tiempo visitando el país y recorriendo algunas partes no muy lejanas de Buenos Aires.
Los trámites incluyeron un pago de algo más de 500 pesos argentinos (entre 15 y 20€ en aquel momento -la inflación argentina es como una montaña rusa-), que me obligaron a usar mi tarjeta de crédito para sacarlos. Me di cuenta en ese momento que los bancos de este país son más usureros que los españoles y eso es mucho decir. Pagué una comisión por el uso del cajero de 5€ al cambio, aproximadamente, por únicamente 70€ al cambio que saqué. Unos ladrones.
Más reencuentros en Buenos Aires
Tras mis gestiones en el consulado tenía el reencuentro con el resto de los viejos amigos de la banda y el equipo de Enrique. De alguna forma mi llegada en estas fechas a Sudamérica y más concretamente a Buenos Aires era motivado por el concierto en Luna Park y el reencuentro con todos ellos. Viejos amigos a los que el destino había unido en este grupo, pero que yo había ido conociendo en mis años profesionales en la música en España y con los que también mantenía el contacto durante el viaje.
Con la primera que me crucé fue con Marisa, la tour manager con la que siempre había tenido una relación muy cercana, que estaba fumándose un cigarro en la calle y que al encontrarnos nos fundimos en un abrazo que compensaba todo el tiempo sin vernos.
Por una de esas casualidades de la vida, allí mismo me encontré con Thomas, un viejo amigo checo que estaba de vacaciones en Argentina y que nada tenía que ver con el grupo, pero que se alojaba en el mismo hotel. Toda una sorpresa para ambos. Quedamos en vernos antes de que se fuese, aunque no fue posible.
Tras ellos apareció mi amigo de San Luis Diego Navarro, que siendo fan incondicional de Enrique desde su banda Héroes del Silencio, no quería perderse el concierto y que me pidió conocer a los músicos para tener un autógrafo de ellos. Desgraciadamente en ese momento, no coincidimos con todos, ya que Álvaro Suite había salido a una comida y Jordi Mena, también tenía una cita con otros amigos.
Con quien si que pude encontrarme para grata sorpresa de ambos fue con Santiago del Campo el saxofonista, de Zaragoza, viejo amigo de juventud que se acababa de unir al grupo en esta gira y que no se esperaba verme por allí.
El resto de los componentes del grupo también andaban a su aire, la mayoría descansando del largo viaje desde Colombia, que nos obligaba esperar a la noche, para juntarnos todos y firmar el reencuentro con un abrazo.
Fabricando camisetas del viaje
Tenía previsto fabricar unas camisetas para poder financiar el viaje y mi intención era aprovechar el reencuentro para que algunos de ellos me las comprasen. Tuve la suerte de poder vender las 10 que hice entre algunos miembros del grupo y mis amigos Diego y Nico.
Sobre quien las fabricó y los detalles, no contaré nada, porque si bien en esta ocasión me las hizo y me las entregó a tiempo, las hizo mal -con el logotipo tumbado en vez de seguir el diseño original- y en la siguiente tanda que le pedí me dejó colgado y utilizó excusas baratas y que sonaban a insulto a la inteligencia. Como no quiero perder más tiempo con ello, lo dejo aquí.
Primera toma de contacto con la noche bonaerense
Por la noche volví al hotel. Entonces me pude encontrar con todos ellos que habían quedado para cenar, invitados por Pitu, el propietario de una de las salas míticas de Buenos Aires llamada Makena y a la que me unieron.
Tras la cena -que se hizo en un nuevo local cercano a la sala llamado Lucille, del que a su vez también es propietario y con unas instalaciones fantásticas para dar conciertos-, Álvaro y yo nos fuimos a Makena a tomar unas copas -el resto del grupo se fue a descansar- y por mi parte a conocer a gente con la que había quedado y tenía ganas de saludar. Esas personas que ya comenté, conocidas por las redes sociales y que con el tiempo se hacen amigos personales.
Marie Pequenino era esa persona y después de conocernos y charlar me propuso hacerme un tatuaje, que yo tenía pensado desde hacía tiempo, pero que por falta de presupuesto no podía. Así se lo hice saber, pero ella me quería hacer un regalo. Dejarme un recuerdo de por vida en mi piel, que acepté encantado.
La noche se alargó hasta pasadas las 3 de la madrugada y yo que no estoy acostumbrado ya a prolongar tanto las jornadas y que ando sin presupuesto para tomar copas, decidí que el día se había acabado y volví a casa. Una larga caminata me esperaba hasta llegar a las paradas de los autobuses de Palermo y que gracias al mapa en el móvil encontré rápido. Aún tenía una hora larga más de autobús para llegar a descansar y dormir la borrachera.
Al día siguiente era el concierto y me esperaba una jornada de resaca que no ayudaba mucho a tener el cuerpo para ruidos, aunque la superé y me superé.
Pero esto lo contaré en el siguiente artículo, así como otros encuentros sorpresa -y no tanto- que me fueron sucediendo en Argentina durante el tiempo que pasé, esperando a que me entregasen el pasaporte y conociendo esta parte del país.
Hasta entonces y como siempre…
¡Pura Vida!