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un año clave en la vuelta al mundo
Cinco años de La Vuelta al Mundo Sin Prisas… y el viaje continúa (3)
2016 fue un año clave en la vuelta al Mundo. Llegaba a Oceanía entrando por Australia. Conseguía el reto de llegar a las antípodas en Nueva Zelanda y me enrolaba en un velero para cruzar el Pacífico y alargar la primera parte del viaje. Fluyendo.

Cinco años de La Vuelta al Mundo Sin Prisas… y el viaje continúa (3)

2016 fue un año clave en la vuelta al Mundo. Llegaba a Oceanía entrando por Australia. Conseguía el reto de llegar a las antípodas en Nueva Zelanda y me enrolaba en un velero para cruzar el Pacífico y alargar la primera parte del viaje. Fluyendo.
un año clave en la vuelta al mundo

El año 2016 iba a ser un año clave en la vuelta al mundo. Cruzaba a Oceanía, era el tercer continente que iba a visitar tras el sur de Europa y una parte de Asia. Cumpliría además tres años viajando y el balance era espectacular: ni en mis mejores pensamientos mientras preparaba el viaje, pude imaginar, todo lo bueno que me estaba pasando.

Ya comenté en la primera parte de esta serie de cinco artículos, -este es el tercero- que en algunos voluntariados me habían dado apoyo y cubierto parte o la totalidad, de los tickets de tren que necesitaba para avanzar al siguiente destino.

En la segunda parte de esta serie de artículos, también hacía mención a la hospitalidad de los pueblos de Asia y del Sudeste Asiático. En Borneo, en Sandakan concretamente, estuve ayudando como voluntario en un hostel. La propietaria confiaba en mí totalmente y me dio responsabilidades que para un voluntario sobrepasaban su compromiso. Aún y así, me involucré.

Esto contribuyó a que Nabistul –la dueña- en un arranque de generosidad, mientras yo buscaba un vuelo para llegar a Australia y seguir con el viaje, me ofreciera pagármelo “si no era muy caro”, a cambio de mi esfuerzo. Fueron 250€ al cambio aproximadamente. Es cierto que un buen día hace un par de años, me reclamó el dinero vía mensajes, aunque yo no tenía posibilidades de devolverlo y no ha vuelto a insistir. Seré yo quien se lo diré, en cuanto mi situación económica mejore, si lo necesita.

Australia

Comienza 2016 y cruzo a Australia

Según mis cuentas iba perfectamente cronometrado para cumplir con los dos años y medio en los que había dividido cada una de las cuatro partes del viaje. Lo había hecho sin prisas. En algunos países me había demorado más y en otros menos. Dependía de los permisos temporales de los visados y del presupuesto con el que contase para gastar en ese momento. O de los voluntariados que encontrase para estar sin unos gastos elevados.

El día de año nuevo lo celebraba en un vuelo de Air Asia viendo un amanecer increíble sobre el Océano Índico y llegaba a Perth donde esperaba encontrarme con Kathy, una voluntaria que conocí en Xi’an -China-, su último día allí y que me invitó a visitarla al llegar a su país.

Tras pasar el primer día del año en un hostel de Perth y conocer parte de la ciudad, por la noche conseguía localizarla y quedamos en encontrarnos en Armadale al día siguiente, a mitad de camino entre Perth y Darkan, su pueblo. Llegué en tren y Kathy apareció en el coche con su hija y sus dos nietas.

Australia Occidental

El viaje en coche hasta Darkan me empezaba a descubrir el territorio australiano y algunos de sus habitantes. Amigos y familiares de Kathy que pasamos a saludar. En Darkan pasé un largo tiempo y pude ayudar a Kathy en algunos de los quehaceres de la casa y la granja. También conocí a Aaron, un vecino muy peculiar con el que mantenía una buena amistad. Aaron también fue un apoyo en algunos momentos de mi estancia allí.

En Australia los españoles tenemos un visado gratuito por 1 año, que has de renovar cada 3 meses saliendo del país y volviendo a entrar. En Nueva Zelanda y otros países del Pacífico son tres meses gratis.

Haciendo autoestop en Australia

Quise hacer el viaje entre Darkan y Melbourne a dedo. Eran casi 3.500 Km. Pero había escuchado que los australianos son gente amable y acostumbrada a los autostopistas. Seguro que poco a poco iría avanzando con su ayuda.

Me lancé a la aventura. Kathy me llevó hasta Wagin. Después de comprar algo en un supermercado para comer durante el viaje, me quedé en un punto de la carretera donde estuve esperando y sin moverme, tostándome al sol, durante más de cinco horas.

Nadie con intención de hacer un largo recorrido se paraba. Algunos granjeros de lugares cercanos me preguntaron, pero aceptar, era quedarme en medio de la nada, alejado de un núcleo de población y no me animaba.

Mike, amigo de Kathy que había conocido días atrás y que iba a su ciudad, vio alguien con mochilas y se paró. Se sorprendió de verme a mi. Me ofreció una cerveza fría que llevaba en el coche y llevarme hasta donde vivía él en Lake King. Para esa hora ya me había rendido y Aaron venía en camino para recogerme y devolverme a casa de Kathy el fin de semana.

Durante la espera en la carretera había podido mirar vuelos entre Perth y Melbourne que no eran caros y sobre todo, más económicos que mi romántica idea de cruzar un territorio tan extenso, por tierra y haciendo autostop. Si las cosas no iban bien, solo en alimentación y hospedaje calculé más del doble que el coste del vuelo. Y se trataba de ahorrar para sobrevivir y no de batir records.

El Estado de Victoria y los reencuentros

Australia iba a ser lugar de reencuentro con viajeros que había conocido meses atrás durante el viaje. En Victoria, cuya capital es Melbourne, me iba a juntar con Shokooteh de Teherán. Un primer encuentro breve y que volvería a repetirse cuando me cambié de Victoria a Nueva Gales del Sur. Shokooteh pagó mi billete de tren entre Melbourne y Sydney y me acogió un par de días en la casa donde vivía con María, una inmigrante italiana afincada toda su vida en Australia y a la que asistía.

Coincidí también con Zhu Zhuoran –Juliette para los occidentales-, una chica china con la que hice el voluntariado de HuangShan -China- y que vivía en Melbourne desde hacía un tiempo. También nuestro encuentro fue breve pero ambos lo celebramos. Habíamos hecho buenas migas y mantenido el contacto desde que se había ido del voluntariado abruptamente.

Y después me juntaría con Paya, un malayo que había conocido en Hue –Vietnam-. Y durante un par de semanas, junto con un grupo de malayos amigos suyos, recogeríamos peras para buscarnos la vida en Shepparton. Un trabajo duro y que no generaba lo suficiente para vivir y ahorrar, ni siquiera en tienda de campaña.

Por ello decidí recuperar un voluntariado que me habían confirmado hacía tiempo y que enseguida que escribí, me contestaron que me esperaban. Tenía que viajar toda la noche desde Melbourne a Sydney y de aquí a Orange, en el estado de Nueva Gales del Sur.

Nueva Gales del Sur

Nuevo voluntariado en Australia

En Orange trabajé como voluntario durante otras dos semanas. La experiencia fue en muchos aspectos positiva: conocí mejor la cultura del país e hice buenas migas con dos crías de canguros y una cacatúa galah a los que cuidaba. Conocí a Mathias y Lulu, dos voluntarios que también trabajaban para la misma familia, pero en otra propiedad que tenían a las afueras de Orange. Y con ellos coincidí también en que no nos gustaba el trato que recibíamos por parte de los anfitriones.

Así que cumplido por mi parte el tiempo comprometido con el voluntariado y el trabajo encomendado y Mathias y Lulu en la misma situación que yo, me ofrecieron acompañarles en su furgoneta, mientras buscábamos otros lugares donde trabajar por dinero o ayudar como voluntarios.

Recorriendo NSW en furgoneta

Recorrí con ellos una parte del territorio en furgoneta. Trabajamos recogiendo naranjas y uva por dinero. Ellos dormían en la furgoneta y yo montaba una tienda de campaña al lado. Todos conducíamos y colaborábamos en lo necesario y la amistad fluyó y se consolidó. Acabé con ellos en un voluntariado que ya conocían en una viña ecológica.

Voluntariado y trabajo en una viña ecológica

Mark y Clare nos acogieron con hospitalidad en su viña en Nashdale. Nos ofrecieron ayudar como voluntarios en tareas de la granja. Cuando se tratase de recoger uvas y trabajar en la viña, sería  trabajo remunerado. Además nos dieron libertad para trabajar unas horas durante la mañana en otra viña para poder ganar más dinero.

Clare, profesora en la universidad de Sydney, también me ofreció su casa para pasar un par de noches en la gran ciudad y esperar hasta que mi vuelo a Auckland -Nueva Zelanda- saliese. Mientras pude conocer un poco la capital del estado de Nueva Gales del Sur y su icónico edificio de la Opera.

Nueva Zelanda

Auckland

Se me complicaba la cosa en el aeropuerto de Sydney, para volar a Auckland. No tenía vuelo de regreso o salida del país y no me iban a entregar la tarjeta de embarque hasta enseñarlo. Busqué un nuevo destino para salir de Nueva Zelanda volando, ya que mis explicaciones a la azafata, con mi intención de salir del país en barco, no la convencieron. Tampoco tenía un documento que las apoyase.

Encontré un vuelo a Fiyi económico. Aunque este país insular no estaba previsto, era un destino atractivo y tenía tiempo para preparar el viaje y qué hacer posteriormente.

En Nueva Zelanda comencé con buen pie. Silvia y Jake, conocidos de Menorca, vivían en las antípodas desde hacía unos años con sus tres hijos y me ofrecieron su casa al llegar durante unos días. Mientras, encontré un voluntariado en Piha y allí pasé una larga temporada. Jade, mi anfitrión, además, me ayudó a encontrar un trabajo remunerado, en mi segundo paso por su casa. Unos ingresos que me vendrían muy bien para poder recorrer la isla norte neozelandesa y llegar a Fiyi con algo más que ganas.

A diferencia de Australia, donde no me pidieron vuelo de salida, a partir de Nueva Zelanda, en cada país en el que entré por el aeropuerto, me obligaron a tener un ticket de salida o un justificante de que iba a abandonar el país, cuando terminase mi visado.

Pude hacer otro voluntariado en Papakura y tras volver a Piha y pasar un tiempo más, conocí Auckland y recorrí la isla norte ayudado por conductores, que me recogían en la carretera, y couchsurfers, que me acogieron en sus casas en diferentes ciudades.

Llegando a las antípodas de la Puerta del Sol de Madrid

Palmerston North, al sur de la isla norte, fue donde más tiempo pasé. Me puse en contacto con Miguel, un couchsurfer chileno que vivía con Pablo y Marta, españoles; Marie y Clemens, alemanes y Flor, belga. Su ayuda, más allá de un techo donde estar, fue también una cura espiritual por su buen rollo.

Y Flor, además, me dejó su coche para llegar hasta Weber, un pequeño pueblo cercano, a las afueras del cual pude cumplir mi reto de llegar a las antípodas de la Puerta del Sol de Madrid, o Kilometro ‘O’ de España, en la campiña neozelandesa.

Pasando mis últimos días en Nueva Zelanda, en un velero

Mi última semana en Nueva Zelanda antes de cruzar a Fiyi, la pasé en un velero anclado en la bahía de Auckland con Andrea y Steve, amigos de Jade, mi anfitrión de Piha. Conocedores de mi nuevo reto de enrolarme en un velero y hacer un recorrido oceánico por primera vez, me ofrecieron vivir unos días en un barco y prepararme, siquiera un poco, para la aventura.

Fiyi

Clave para seguir más allá de las antípodas

Fiyi no era un mal lugar por donde continuar el viaje, aunque no estaba previsto en mis planes y de hecho cambiaba mi idea de terminar la primera parte en Nueva Zelanda. El destino me había traído, por alguna razón sería.

Y así lo confirmé. Durante mi tiempo viajando por la isla sur, encontré couchsurfers que me ayudaron y al día siguiente de invitar a una tortillada a los capitanes de los veleros amarrados en el club de yates de Suva, la capital fiyiana, tratando de encontrar un contacto que me ayudara a cruzar el Pacífico, me llegó un correo electrónico, a través de la página web findacrew.net, que me invitaba a enrolarme en un velero.

La idea de su capitán era recorrer parte de La Polinesia, Micronesia y muy poco en Melanesia, terminando en Filipinas. El cambio de planes era tan tremendo, que tuve que pensármelo. Mientras Horst, el capitán, me entrevistaba vía correos electrónicos estudiando si era la persona idónea para el puesto que buscaba. Nos pusimos de acuerdo y tomé la decisión de alargar mucho más el viaje. Sería voluntario en un velero durante nueve meses.

Me iba a dejar llevar por los caprichos del viaje y disfrutar de lo que se me disponía. La aventura de recorrer estos territorios insulares en velero y aprender a navegar era un sueño y América no se iba a mover de sitio.

Samoa

Y me enrolo en el velero

Llegué a Samoa Occidental en un vuelo desde Fiyi y en Apia me esperaba Horst, un alemán con su yate llamado Awenasa de más de 15 metros, casi nuevo. En el momento que llegué, Ingrid era parte de la tripulación, pero aceptó una oferta que me hicieron a mi, de navegar hasta Australia y se fue a los pocos días. Ella lo necesitaba, yo estaba donde quería.

Navegando el Océano Pacífico occidental

Desde julio a diciembre había navegado a lugares paradisíacos y difíciles de acceder si no es un con un velero en: Wallis, Fiyi, Tuvalu, Kiribati, Marshall Islands y Pohnpei. En el Pacífico occidental.

Algunas de ellas, islas de coral con unos pocos habitantes que sobrevivían con los pocos frutos que la tierra les daba y animales que cuidaban para ser su sustento. Gentes amables y hospitalarias. Risueñas y nobles. Pescadores por obligación y por devoción.

Navegando durante más de una semana sin pisar tierra. Con tormentas en alta mar que me mostraban lo frágil del ser humano ante la naturaleza. Aprendido a tener paciencia y superar dificultades. Conseguí dominar el estómago y cocinar con el velero cabeceando por el oleaje. Para alguien de tierra como yo, la prueba estaba siendo más dura de lo que había imaginado. Pero la estaba superando.

Terminando 2016 en Micronesia

El año 2016 terminó en Micronesia, en el estado de Pohnpei, con el velero en reparaciones. Tanto el motor -que se averió-, como el generador -que se quemó durante nuestra travesía entre Islas Marshall y los Estados Federados de la Micronesia-, necesitaban ponerse a punto, para seguir camino.

También en Pohnpei cambiaron muchas cosas en las relaciones en el velero. Yo estuve a punto de irme y solo la falta de presupuesto lo impidió. Pero Judith, la chica alemana que se había unido a la tripulación en nuestro paso por Fiyi para arreglar el velamen, sí que se cambió de barco y yo finalmente me quedé con Horst.

Recorrimos la Micronesia solos en el velero y desde nuestra accidentada salida de Pohnpei nos acompañaron: Barbara, Iacopo y Giovanni, unos italianos, con el suyo; y Steve, un americano que viajaba solo, también en su barco.

Pero esto y cómo viví el año 2017, será la historia de mi próximo capítulo dedicado a repasar el quinto aniversario del viaje que cumplí el pasado día 15 de marzo. La cuarta parte.

Hasta entonces y como siempre…

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