Doce días pase entre Sigatoka y Nadi. Acogido por Johnny que amablemente aceptó ampliar mi estancia en su casa; ya que en un principio la había solicitado para dos o tres días únicamente. Vamos que me tomé en serio lo de «no hurry, no worry» (sin prisas, ninguna preocupación) que es el lema que utilizan en Fiyi, para que no les des prisas. De todas formas intenté agradecer su hospitalidad como mejor sé, esto es, cocinando para ambos y limpiando la casa, a falta de otras cosas más físicas que hacer, con las que ayudar.
Los tres últimos antes de partir con destino Suva, la capital, los compartí también con Juano, el argentino que me descubrió la página web donde descargar libros gratis que ya comenté en el anterior artículo.
De casa de Johnny salí temprano, ya notaba mi cuerpo vibrar por saber que iba a descubrir un nuevo lugar en Fiyi y nuevas personas en mi camino. Ese hormigueo que siento cuando me pongo las mochilas sobre mi espalda y mi pecho y que me dan una energía especial; aunque en un principio tras tantos días apalancado, estaba perezoso.
Entre Sigatoka y Suva
No tenía muy claro el horario del autobús desde Sigatoka a Suva y tampoco el que me llevaría desde la parada al lado de casa a Sigatoka, por lo que salir temprano me ayudaría a ir más relajado.
En la carretera esperando el autobús, decidí hacer dedo. Quería comprobar qué respuesta había en Fiyi a los autoestopistas. Ya el primer día, sin yo solicitarlo me habían ofrecido llevarme, así que lo intuí fácil. Hacer dedo, por otro lado, es una forma de ahorrar un poco de dinero y conocer a alguien.
No había pasado un minuto y una camioneta se paró un poco más adelante de mi posición y avancé hasta ella. Menot, un señor de etnia india me confirmó que había parado para llevarme. Le dije que iba a Sigatoka, me invitó a subir, pero avisó que él paraba antes de llegar a la ciudad. Igualmente acepte el viaje aunque tuviese que volver a esperar a otro coche para hacer el último trecho. Finalmente, mi nuevo benefactor en el viaje, me llevó hasta la misma parada del autobús. Durante todo el camino fuimos charlando y le agradó mi comentario sobre su nueva camioneta que estaba estrenando en esos días.
En la terminal de autobuses nos despedimos y me dio un papel con su número de teléfono por si lo necesitaba en algún momento que volviese por allí. Este hecho de entregar el número de teléfono al viajero se vino repitiendo continuamente cada vez que conocía a alguien en Fiyi: supermercado, compartiendo coches, charlando amistosamente en la calle… En fin, todo amabilidad este pueblo del Pacífico sur, de etnia melanesio-polinesia.
Viajando a Suva
Sigatoka y Suva están apenas separadas por unos 125 km. Pero el trayecto de esta distancia aquí, no es como en las carreteras europeas entre ciudades principales, que se recorre en poco más de una hora o menos. Aquí las carreteras son estrechas y además el autobús hace parada cada vez que un viajero lo solicita. Da igual dónde sea.
El tiempo que tardé en recorrer esta distancia fueron algo más de tres horas, aunque nunca pase un momento de aburrimiento, también es cierto. Como ya he comentado en otras ocasiones, el aburrimiento es un estado mental, que afortunadamente tengo controlado desde hace mucho tiempo. También ayudaron a entretenerme los paisajes que pude ir viendo durante la mayor parte del camino. A mi izquierda, donde iba yo sentado, la frondosidad de los árboles y palmeras, o calvas verdes de campos limpios y siempre salpicados con casas y aldeas. A mi derecha, durante casi todo el camino, el mar, con diversidad de colores azules y turquesas, que algunas pequeñas playas significaban como un pequeño paraíso.
Llegamos a Suva
Las grandes ciudades me ponen más nervioso de lo habitual. Hay más buscavidas y son más agresivas. Suva no iba a ser diferente. Nada más bajar del autobús tenía que encontrar el que me llevaría hasta la casa de Frances, mi nueva anfitriona en Fiyi.
Frances, como ya comenté, me contesto en menos de un minuto, desde que le envié la solicitud. Durante la conversación donde nos intercambiamos los números de teléfono, también me dio señas para hacerme más fácil la búsqueda: el objetivo era un autobús amarillo.
El problema es que vi varios y no tenía claro cuál sería. Decidí entonces preguntar a alguien de por allí. Enseguida me lo indicaron nada más decir al barrio que quería ir: Vatuwaqa.
Pregunté al conductor del autobús que me confirmó desde la ventana, que era ese. Además el coste era tan solo de un dólar fiyiano, alrededor de 0,40€, que me alegró el momento. Antes de que arrancará, le pedí ir al baño -desde que había salido de Sigatoka no había podido ir y la verdad es que la llamada de la naturaleza me estaba apremiando desde hacía rato-. Me guardó las mochilas que descargué sobre la tapa del motor en el interior, e hice lo que tenía que hacer.
A mi vuelta elegí un asiento cercano a la puerta y a mis mochilas, que controlé en todo momento, aunque Fiyi no sea un país con un elevado índice de delincuencia y mis mochilas no lleven nada de mucho valor, es mejor no tener disgustos que se puedan evitar.
Al arrancar el autobús, la música comenzó a sonar. El reggae nos amenizaría el trayecto, algo que me alegró. No os penséis que hablo de música de fondo ¡no!. Hablo de música a un volumen ideal para montar la fiesta padre en el autobús. Nadie se quejó, este volumen era algo de lo más normal como seguí comprobando en los siguientes días. Aunque con menos suerte en la selección musical, que la mayoría de las veces era reggaeton o similares.
Cuando llegué al barrio el mismo conductor del autobús me hizo las señas para decirme que había llegado donde quería. Efectivamente, solo cruzar la carretera y andar 100 metros de la calle, que se metía justo enfrente, y encontraba la casa de Frances.
En casa de Frances. La couchsurfer fiyiana
Una entrada que comparten varias viviendas bajas, la de Francés es la segunda y cuando llegue ella no estaba, aunque me había dicho que podría entrar sin problemas. Allí estaban dos Couchsurfers chinos, de Shanghai, que repetían y me abrieron la puerta. Al poco rato llegó mi anfitriona. Y tal y como había podido leer de otros couchsurfers que ya habían pasado por allí y habían dejado un escrito sobre ella, Francés se mostró cariñosa y atenta conmigo.
La casa de Frances no es muy grande, pero todo está bien distribuido. Incluso se permite tener un billar; que utilizamos en alguna ocasión para pasar el rato y charlar. Tiene dos entradas, dos dormitorios y la cocina está unida al salón. Aquí era donde yo tenía mi espacio. Usaba en el gran sofá que cubría toda la pared.
La habitación de invitados, además de la pareja china que ocuparían la cama de matrimonio, tenía un sofá cama que utilizaría Jonas, un alemán que había llegado un par de días antes a la casa.
Cuando Frances llegó y después de hacer las presentaciones, le ofrecí cocinar yo esa noche e invitar a todos los que estábamos allí a mi tortilla de patatas. Frances aceptó encantada y después de un breve descanso me dirigí con la pareja china a un supermercado que estaba, no muy lejos de la casa, pero a las afueras del barrio.
Haciendo las compras por el barrio
Ellos se fueron a hacer sus cosas y yo entré a hacer las compras. Encontré todo relativamente rápido, aunque me sorprendió el pequeño desorden que había en las estanterías, que tampoco señalaban muy bien qué productos se encontraban en cada línea de ellas. Al terminar, casi a oscuras ya, crucé una pequeña calzada y allí mismo estaba la parada del autobús para volver a casa.
Pagué el dólar que había pagado a la ida, que según la pareja china era lo que costaba, sin embargo conforme otros viajeros subían, me di cuenta que el que se encargaba en este caso de recoger el dinero, les devolvía, algo que no había hecho conmigo, así que no me corté y le reclamé mis vueltas, no puso objeción y si cara de sorpresa, pero me devolvió 0,30$. No era mucho, pero ¿por qué pagar de más? Cuando nos volvimos a encontrar en casa se lo comenté a Xu y Min, la pareja china, que me dieron a entender que lo sabían, aunque habían pagado también el dólar en sus trayectos.
La cena fue entretenida y todos disfrutaron de ella, me alegró, como siempre que hago alguna de mis recetas y cuando hemos terminado no queda nada en los platos. Tuvimos una charla amena y divertida. Para entonces también se había unido a la cena Charly, pareja de Frances, que se comió una tortilla entera.
El disgusto
Yo en un momento dado tuve la sensación de que había demasiados mosquitos, la mayoría de las ocasiones soy para ellos el perfecto desayuno y me molestan sus picaduras, pero no le di excesiva importancia. También estábamos fumando, quienes lo hacíamos, y de vez en cuando abríamos la puerta de una de las entradas a la casa por lo que era posible que alguno se colara.
Al rato descubrimos el porqué de mi sensación de invasión de mosquitos, desde fuera habían abierto la ventana del dormitorio de invitados y así mismo la red protectora de esa ventana, dejándola libre para que se produjese. La razón fue que durante nuestra entretenida conversación los amigos de lo ajeno, se habían dedicado a abrir mochilas que estaban pegadas a la ventana y llevarse todo lo que pudieron que tenía valor: iPad, iPhone’s, pasaportes, dinero… Los afectados fueron sobre todo la pareja china, pero también Jonas, al que le robaron su teléfono que estaba cargándose allí mismo.
Enseguida se organizó la busqueda y rescate con ayuda de Frances, a la que se veía afectada por haber ocurrido en su casa. Llamaron a la policía, se desplazaron a la comisaría, pusieron denuncias y con el Mac, Jonas trató de localizar su iPhone, aunque sin suerte.
Yo poco podía hacer, además cuando algo así ocurre, mejor no decir muchas cosas y simplemente solidarizarte con los afectados. Al día siguiente tendría tiempo de hacer comentarios según me contasen los acontecimientos posteriores. Cuando todos se fueron yo me quedé con Charly y al rato, me acosté con mis tapones de oído y mi antifaz de dormir, hasta la mañana siguiente.
Un nuevo día amanece en Suva
Al levantar, lo primero que hice fue interesarme por el estado de ánimo de mis compañeros y la situación de los objetos robados. Poco podían decirme, aunque la pareja china iba descubriendo conforme pasaban las horas, más cosas que echaban a faltar de sus mochilas. Jonas a través de mi conexión del móvil, que compartí con él, pudo hacer un seguimiento de su teléfono, que ya daba señales en el mapa a través de la aplicación de localización de Apple.
La señal estaba cerca y se movía arriba y abajo, pero en un radio limitado. Jonas estaba excitado con la posibilidad de encontrarlo -muchos recuerdos del viaje en formato foto estaban ahí y sé por propia experiencia, que perderlos, es una verdadera putada-.
Frances llamó de nuevo a la policía y les comunicó que teníamos localizado el móvil, por lo que los demás objetos y documentación estaban también cerca. La policía dijo que enviaría una patrulla, pero teníamos que esperar. El único coche disponible no estaba allí y hasta su vuelta no podían hacer mucho más.
Aún y así Xu y Min, estuvieron haciendo gestiones frenéticas para recuperar su pasaporte. Xu, la chica, estaba viviendo en NZ con un visado de trabajo y para volver debía de llevarlo en su pasaporte. De nada servía un documento que confirmase que el pasaporte había sido robado. Por otro lado las autoridades chinas de la embajada, les dijeron que para volver a tener un pasaporte debían de ir a su país a hacerlo. Una faena. Cara y con una pérdida de tiempo importante. Finalmente, consiguieron el pasaporte con su visado neozelandés. Todo gestionado desde Fiyi y a los pocos días. Me alegré por ellos.
Buscando el club de yates de Suva
Jonas sin darse por vencido, decidió salir y dar una vuelta. Fuimos juntos al centro con la intención de mirar opciones de compra de un nuevo teléfono para él y yo con la intención de visitar el club de yates y tratar de encontrar el velero que buscaba.
Hasta aquí, si quieres, puedes ver este vídeo que monté con algunos de los momentos relatados:
[embedyt] https://www.youtube.com/watch?v=PUZjprvJquc[/embedyt]
Dimos un paseo por el mercado -que estaba pegado a la estación de autobuses que el día anterior había podido conocer- y preguntando nos indicaron que dirección tomar para llegar hasta el puerto deportivo. El día anterior Charly me lo había explicado, pero preferí preguntar antes que perdernos. Andamos un buen trecho, o eso nos pareció. Quizás porque era nuestra primera vez y teníamos ganas de llegar cuanto antes. Para mi era una nueva experiencia ya que nunca había hecho dedo con un barco.
Por fin encontramos el club de yates. A la entrada un simpático guardia de seguridad llamado Nasilivata, me enseñó la entrada y donde poner un papel con mi información sobre la búsqueda de un barco.
Cuando terminé de escribir el papel, el chico que atendía la recepción de la oficina me dijo que él lo colocaría. Lo hizo y además le puso el sello del club, confirmando que estaba correcto y revisado por ellos. Jonas y yo fuimos a la cafetería y de allí nos metimos en la terraza desde donde se veía el pantalán con los barcos amarrados. Realmente me sorprendió los pocos que había, pero no le di importancia. Nos sentamos en una mesa y nos fumamos un cigarro.
Durante ese tiempo Nasilivata se acercó de nuevo a nosotros y me indicó que el sombrero debía de quitármelo allí y que el comodoro del club había preguntado por nosotros. Debíamos de ir a verlo.
Conociendo las reglas del club de yates de Suva
Terminé el cigarrillo y me acerqué hasta Eduard, nombre del comodoro. Me dio una bronca que no os la podéis imaginar. El motivo fue mi sombrero, que no se podía utilizar. Además habíamos accedido a la terraza sin permiso.
Yo me quedé sorprendido de su reacción, pero no dije nada. Pedí disculpas por el desconocimiento de las reglas y le pregunté porque se enfadaba conmigo, siendo nuevo allí y desconociendo todo lo referente a normas y demás detalles del club. Balbuceó unas palabras que no entendí y me dijo que no estaba enfadado, pero tenía que hacer respetar las reglas. Que era únicamente para socios y yo había hecho todo lo contrario de lo que debía de hacer.
Nos despedimos de él y nos fuimos a la salida. Estando en la puerta, pedí a Jonas que me esperase. No podía irme así, no había conseguido nada y estaba buscando un velero. Volví sobre mis pasos, me planté delante de Eduard, sin sombrero, y entablé una conversación en la que le conté mi vida, sobre mi viaje y que estaba buscando. Él se mostró más amistoso y me habló con simpatía. Esto me dio pie a preguntarle si podía hacer unas tortillas para los socios del club, con la intención de conocerlos y quizás conseguir mi objetivo.
Eduard no puso reparo, me dijo donde podía hacerlas, si una barbacoa me servia, ya que la cocina no podía dejármela. Accedí y quedamos para volver al día siguiente con todo lo necesario. Me indicó además que buscase a un marinero llamado Ian, que estaba antes con él y al que yo había podido ver y saludar vagamente. Nos despedimos hasta el día siguiente.
Le conté a Jonas el acuerdo al que había llegado finalmente y se alegró por mi. También hablé con Nasilivata y le agradecí encarecidamente su amabilidad despidiéndonos hasta el día siguiente. Nasilivata estaba sorprendido conmigo y le caí bien.
Al día siguiente iría temprano al club. Si todo salía adelante, como cada vez que cocinaba tortillas, mis esfuerzos se verían compensados. Pero lo que pasó lo dejaré para contarlo en mi próximo artículo.
Hasta entonces y como siempre…
¡Pura Vida!