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Nueva Zelanda VIII: Palmerston North II. Haciendo amigos
La octava parte de mi paso por Nueva Zelanda y una segunda de Palmerston North dedicada a mis nuevos amigos, que quedarán para el recuerdo del viaje. A través de Couchsurfing pude pasar uno de mis mejores momentos del viaje y llegar a las antípodas de Madrid.

Nueva Zelanda VIII: Palmerston North II. Haciendo amigos

La octava parte de mi paso por Nueva Zelanda y una segunda de Palmerston North dedicada a mis nuevos amigos, que quedarán para el recuerdo del viaje. A través de Couchsurfing pude pasar uno de mis mejores momentos del viaje y llegar a las antípodas de Madrid.
Couchsurfing

El día amaneció despejado y soleado, una gran diferencia del tiempo que hacía en Palmerston North cuando llegué el día anterior. Esto era el preámbulo de lo que iba a vivir durante los siguientes cinco días, con cambios constantes en el tiempo, pero con unas personas que hicieron que luciese el sol cada día, por lo menos en su compañía.

En el anterior artículo me referí a la ley de la compensación, creo que en esta casa es donde la descubrí en toda su extensión. Llegaba tocado en el espíritu y en el ánimo y con mis anfitriones, por su forma de vivir y compartir me hicieron recuperar de nuevo mi buena estrella. Lo necesitaba, estaba en mis últimos días de la primera parte de mi viaje y no podía acabar con malas sensaciones. Gracias a ellos, también mi ánimo renovado me ayudó a que los siguientes pasos que tenía que dar, fuesen más fáciles.

En casa de mi anfitrión Miguel

Cuando contacté con Miguel a través de Couchsurfing, una de las cosas que me llamó la atención y por la que solicité estar allí, fue su nacionalidad: chilena. Me alegraba volver a hablar mi idioma con alguien y otra de esas cosas fue que en su perfil describía que vivía con dos españoles y una paraguaya, además de dos alemanes y una belga. Cuando llegué la paraguaya ya no vivía, pero si los demás.

Nada más llegar a casa, Miguel me enseño el lugar que ocupar en la casa, un colchón en un salón grande y con chimenea, y él se fue a trabajar. Cuando entré en la cocina me encontré con Lindsay, una amiga suya, canadiense y con una alegría y sonrisa especial y bella. Pude charlar con ella y contarle alguna de mis historias y realmente la vi disfrutando, quizás mi estilo contando las cosas ayudó, pero me contagió su alegría y empecé de nuevo a tener buenas sensaciones dentro de mi. Tras esta charla salí a dar una vuelta y hacer algo de compra en un gran supermercado no muy alejado de casa, que me ayudó a conocer un poco los alrededores y de paso hacer unas cuantas fotos durante el camino.

A mi vuelta con la compra, cuando entré en casa, me encontré de nuevo con Lindsay, y me volví a presentar, ella se quedó perpleja y yo me di cuenta de que acababa de meter la pata; sirvió para volver a hacer unas risas y le expliqué que su nueva imagen me había confundido. Se acaba de duchar y su melena negra estaba desplegada sobre su rostro y también sus ojeras, recién levantada de la cama, habían desaparecido. Lindsay al día siguiente se iba a ver amanecer desde una montaña cercana y sentí la tentación de proponerle acompañarla, aunque finalmente desistí, entendía que era un viaje en solitario y no con una persona extraña.

Poco a poco fui conociendo a los demás ocupantes de la casa y en serio os digo, que las vibraciones que tuve en todo momento con todos ellos, serían indescriptibles, porque me quedaría corto, aunque lo intentaré. Cada día amanecían sonriendo, transmitiendo cariño y haciéndome sentir uno más de esa familia hecha con el paso del tiempo. Marta, la chica española, pareja de Pablo, me contó que todos se conocían de antes, pero que vivían separados, hasta que decidieron juntarse en la misma casa por su vieja amistad nacida en Nueva Zelanda. En todo momento se notaba la armonía, cuando uno cocinaba, el otro fregaba y los demás ayudaban secando la vajilla u ordenándola. La convivencia se mantenía a base de buena voluntad y amistad verdadera.

Yo tuve oportunidad de cocinar prácticamente cada noche, era mi forma de agradecer su favor por dejarme estar en su casa, incluso más tiempo del acordado en un principio. Miguel se fue un par de días y cuando volvió yo seguía allí. Le sorprendió, pero le alegró y alguna de las noches antes de irme, pudimos charlar largos ratos sobre lo divino y lo humano. Su trabajo es programador y además especialista en WordPress, que es la plataforma que uso para escribir este blog. Le consulté un par de cosas que necesitaba arreglar y en un santiamén descubrió como dejármelo todo en orden. No os podéis imaginar como le estoy de agradecido por ello.

También me habló de otro chileno que vivía en Palmerston North y conocido suyo. Enrique tiene más de 70 años y fue uno de los guardias de confianza de Salvador Allende, al que defendió antes y durante el golpe de estado militar chileno de 1973 y por ello casi muere. Estuvo recluido en prisiones de la dictadura de Pinochet y milagrosamente salió vivo de las torturas, hasta que pudo huir del país y recalar en Nueva Zelanda como refugiado político. Aquí tiene prohibido meterse en política.

A Chile, su país natal, a podido volver, no así a USA, donde no le dejan entrar. Pude conocerlo en persona y me explico todo esto que os he resumido durante el día que pasamos juntos. También conocí a su genial esposa que esa tarde nos preparó un caldo de verduras calentíto que ayudó a templar nuestros cuerpos, en ese día frío y lluvioso que nos acompañó en nuestra larga charla. No lo volví a ver, aunque habíamos quedado en ello.

Llego a las antípodas exactas de Madrid

El primer día extra que estuve en la casa, pude completar lo que siempre había sido un proyecto dentro del viaje: conocer el lugar exacto de las antípodas de Madrid y para ser más concretos de la Puerta del Sol, kilómetro cero de mi país. Llegué hasta Weber, un pequeño pueblo, gracias a la ayuda de Flor, la belga que vivía en casa, que cuando le expliqué cuales eran mis intenciones, me dio la llave de su coche y me dijo que dispusiese de él lo que necesitase.

Gracias a una aplicación gratuita y que no necesita de línea de internet pude seguir la ruta sin problemas y llegar exactamente a ese punto de la geografía neozelandesa, a la que si hiciésemos un agujero en el centro de Madrid y nos tirásemos por él como si de un tobogán kilométrico se tratase, después de haber atravesado el centro del planeta por dentro, es donde llegaríamos.

Estando allí, a las afueras de Weber, decidí ir a visitar el pueblo y me encontré con un lugar pequeño, sin apenas habitantes y con el único bar que tienen, cerrado por reformas. Aún así entré para saludar y contar el por qué me encontraba allí. Gilby que estaba acompañado de Noel y Brenda, me recibieron con los brazos abiertos y les hizo gracia mi motivo de la visita. Quise conocer a alguien responsable, algún tipo de alcalde o administrador del pueblo que me contase alguna curiosidad, pero no se encontraba en ese momento y decidí volver a casa.

La vuelta fue una agradable ruta por los caminos verdes que había recorrido a la ida, pero con la diferencia de un horizonte en el que se podía ver la acumulación de nubes atrapadas en la cordillera que se extendía delante mío. A partir de un punto del camino la cordillera ya no estaba y por ello la lluvia volvía a caer con fuerza. Un detalle quizás que no describo tan bien y que impresiona cuando lo ves con tus propios ojos, por lo menos a mi me impresionó y por eso lo grabé e hice fotos con el móvil mientras conducía. Espero que las fotografías te den a entender lo que quiero explicar.

Los días de más, en casa de mis anfitriones

Los siguientes días extras decidí limpiar la casa y ayudar un poco más: dicho y hecho y mis anfitriones contentos y agradecidos por el detalle. Para mi un motivo más de alegría por poder devolver su hospitalidad. También pedí a Marta y Marie, que me ayudasen a grabar cocinando alguno de mis platos para poder presentarlo en el canal de Youtube del viaje. Accedieron y grabamos, no solo uno, sino dos. El arroz blanco oriental y el arroz frito oriental multidelicias, los dos últimos capítulos de recetas en Cocina para Mochileros. Por supuesto sirvieron para nuestra cena de ese día, acompañado de otros platos de la gastronomía oriental aprendidos durante mi viaje por China: daikón salteado y brócoli con salsa de ostras. Algún día los haré y grabaré para el canal.

El sábado había decidido que debía de partir, no solo por dejar de abusar de la confianza de mis nuevos amigos, sino porque tenía que moverme. Me quedaban solo cuatro días para dejar Nueva Zelanda y volar a Fiyi, mi nuevo destino en el viaje. Ese sábado Miguel y yo fuimos por la mañana a hacer algunos recados, teníamos que llevar todo el material de reciclaje a su correspondiente sitio, que por cierto estaba muy bien organizado, con, incluso diferentes contenedores para los vidrios de colores, cartón, o ropa. También nos acercamos al mercado local a comprar algunas cosas para la comida y allí pude conocer a otros extranjeros que vivían en la ciudad y amigos de Miguel.

A nuestra vuelta a casa, hicimos la comida y tras ella Marta, Pablo y Miguel me acompañaron en su coche a la salida de la ciudad. La idea era llegar hasta Auckland haciendo dedo y aunque no lo conseguí del todo, llegué hasta Hamilton gracias a Anthony, el conductor que me recogió y que se lo curró de verdad.

Desde Hamilton tenía que llegar como fuese a Auckland esa misma noche, tenía una cita con unos amigos que conocí en casa de Jade en Piha, durante la celebración de mi cumpleaños. Andrea y Steve me esperaban para recibirme y acogerme en su velero, ya que se habían enterado que mi proyecto era seguir el viaje hasta América si era posible en un barco y querían que conociese la vida a bordo y de paso enseñarme algunas cosas a tener en cuenta si lo conseguía.

Pero estas serán las dos historias de mi o mis próximos artículos. Interesantes experiencias y siguiendo la línea que mayoritariamente se ha mantenido durante todo el viaje: hacer amigos y conocer a gente realmente especial. Todo un lujo para el viajero.

Hasta entonces y como siempre…

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