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voluntariado en Tailandia
Nueva experiencia como voluntario en Phayao, Tailandia
Un voluntariado en Tailandia. Al final mis solicitudes tuvieron efecto y pude ayudar y conocer mejor el país. Aprender nuevas habilidades para ayudar y descubrir la cultura tailandesa en Phayao, al norte. Haciendo amigos y amigas y superando mi primer problema de salud.

Nueva experiencia como voluntario en Phayao, Tailandia

Un voluntariado en Tailandia. Al final mis solicitudes tuvieron efecto y pude ayudar y conocer mejor el país. Aprender nuevas habilidades para ayudar y descubrir la cultura tailandesa en Phayao, al norte. Haciendo amigos y amigas y superando mi primer problema de salud.
voluntariado en Tailandia

Desde que llegué de nuevo a Tailandia cruzando la frontera Birmana, he tenido la suerte de conocer y aprender de nuevo, principal objetivo del viaje. Han sido catorce días fantásticos en esta pequeña ciudad de Tailandia: Phayao, donde he podido compartir con una familia experiencias nuevas y he podido conocer -gracias a ellos y sus amig@s- un poco más y mejor, la cultura tailandesa.

El trabajo de voluntario ha sido fácil, aunque a veces duro, pero eso al final y al cabo, no es un problema. Todo lo contrario, son nuevas habilidades que adquiero en el camino y que seguro que en el futuro, podré poner en práctica -de nuevo- para ayudar a otras personas que necesiten mis manos.

La familia

Una pareja formada por Chit, tailandés y Tangmo, japonesa y sus dos hijos: Rie una niña de 11 años con dotes artísticas: le encanta dibujar y se le da bien y toca la guitarra y Haruto de 9 años, que todavía está descubriendo muchas cosas y sobre todo piensa en divertirse. Aunque a veces se puso con nosotros a trabajar y hacer sus primeros pinitos como chapucillas.

Aparte de la familia, también estábamos acompañados por sus tres perros, uno de ellos se hizo mi amigo y compañero inseparable (nos echaremos de menos), dos gansos y seis patos que proveían de huevos la despensa habitualmente.

Con ellos y otros voluntarios vivimos mis primeros días en la casa. Ocupamos la habitación de la familia que debido a un tifón que amenazaba, nos la prestaron mientras ellos dormían en la tienda de campaña. La instalaron sobre la construcción que entre Chit, su padre, Aki -otro voluntario japonés- y yo, montamos en esos días. Tras el paso de la tormenta nos cambiamos. A partir de ese momento fuimos nosotros, los voluntarios, quienes dormimos en la tienda.

El trabajo

Como he comentado he podido aprender y hacer cosas diferentes a las que hasta ahora había hecho en otros voluntariados. Los primeros días tuvimos que montar la estructura para colocar las tiendas de campaña y hacer que se pareciera lo máximo posible a una casa. Un trabajo sencillo. Básicamente clavar tablas para hacer el suelo y posteriormente ir a recolectar bambú con el que hacer las paredes para protegernos de las inclemencias del tiempo.

Creo que mi ayuda a la familia ha sido valorada y han quedado satisfechos -que para mi también es una satisfacción-. Al principio de mi llegada, no estaba muy seguro si me quedaría todo el tiempo que mi visado me permitía estar esta segunda vez en Tailandia, de nuevo 15 días. Honestamente, no quería aprovecharme de una familia que acaban de comenzar a colaborar con voluntarios y todavía no sabían muy bien cómo dirigirnos. Esto me hacía sentir incómodo, al no poder ayudar realmente a sacar adelante trabajo.

Entonces por iniciativa propia encontré una desbrozadora -máquina que ya había podido utilizar y me gustaba-. Ponerme manos a la obra para limpiar los campos de alrededor, ayudó a que sintiese realmente, que estaba aportando mi grano de arena.

El trabajo fue sencillo -me ayudó conocer cómo hacerlo- y durante varios días limpié una amplia zona de hierbas y matorrales secos, hasta que por falta de protección en los oídos, mi cabeza al terminar el trabajo quería estallar de dolor. Chit entonces decidió que mejor ayudaba con otras cosas que había pendientes en la finca.

Pase a arar el campo para la próxima plantación de arroz. Aquí sí que tuve que tomar algunas clases teóricas de cómo manejar una vieja máquina de arar, parecida a un tractor, pero manual. Al principio utilizaba la fuerza bruta y me agotaba enseguida, hasta que con la práctica descubrí que es mejor ‘maña que fuerza’ volviéndose mucho más sencillo y menos laborioso.

Básicamente tienes que dar largos paseos arriba y abajo pasando por encima del terreno levantando la tierra. Aunque todo hay que decirlo, cuando despertaba al día siguiente, descubría nuevos músculos en mi cuerpo, que hasta entonces no había ejercitado y con ello ¡unas buenas agujetas! Eso sí, también me sirvió para sudar y perder algo del peso ganado en el viaje. No hay mal que por bien no venga ¿no?

Por último, cuando Chit consideró que había ayudado lo suficiente en este cometido y que mis manos de oficinista tenían las suficientes ampollas, me encargó lijar unos troncos que servirán para hacer unas mesas. Quizás este fue el trabajo que más agradecí y con el que me sentí más a gusto. Si bien también es duro y sobre todo sucio -el serrín cubre todo tu cuerpo cuando llevas un rato-, tiene algo de artístico y puedes dejar tu pequeño sello en las formas que va tomando la madera.

Esporádicamente hice otras cosas como abrir una zanja para meter unos tubos de agua en el baño de los voluntarios; trasladar troncos de una zona a otra del terreno; limpiar los plataneros de las hojas viejas; desmontar parte del baño de los voluntarios para hacerlo más alto; o hacer unos agujeros para plantar en el futuro árboles frutales.

Los amigos

Tangmo y Chit no tienen conexión wifi, lo que para mi era un problema, ya que con el blog y la necesidad de buscar nuevos trabajos tenía que utilizarlo. Los dos primeros días me conecté con su PC con una conexión por USB, pero tenía la dificultad de un teclado al que no estaba acostumbrado y que es en japonés, aunque incluya los caracteres latinos. Por ello Tangmo me indicó que podía ir a casa de Orr, una amiga suya que nos prestaba la conexión a los voluntarios.

El primer día fui acompañado de mis compañeras de voluntariado: Johanna y Lulu, que me presentaron a Orr, a la que ya conocían de unos días antes. A partir de entonces pude venir solo y conocerla mejor. Orr se convirtió con el paso de los días en una buena amiga, con la que hice muy buenas migas. El primer día tuvo además la gentileza, de invitarnos a cenar. Había preparado una deliciosa barbacoa tailandesa a base de vegetales, noodles de arroz, setas y algo de carne.

Queriendo recompensar su amabilidad me ofrecí como profesor puntual de español y a Orr, Cindy y Pompom, sobrina e hijo, les agradó la idea. Solo fue un día de clases, pero aprendieron los saludos básicos. Para completar la formación les propuse hacer mi tortilla de patatas, una sabrosa manera de conocer algo de la cultura gastronómica española. La pudo probar toda la familia y Tiwa -una amiga de Orr- que apareció mientras la cocinaba. De nuevo la tortilla fue un éxito y gustó.

Sintiéndome un poco en deuda con ella, por todo el tiempo que pasaba trabajando con su wifi, me ofrecí para colaborar y ayudar en labores de la casa. Quise desbrozar el terreno, ya que era el trabajo que desarrollaba esos días en el voluntariado, aunque Jit -su padre- me dijo que no hacía falta y que lo haría él. Creo que entre otras cosas fue porque no se fiaba de mí y cómo trataría su máquina.

Orr aparte de trabajar unas horas por la mañana en la oficina de un pequeño negocio casero de su hermana -venden hielo a los vecinos y también algunas bebidas-, hace junto con toda la familia bolsos artesanales. Utilizan juncos secados al sol, que trenza el padre habilidosamente. Posteriormente Orr cose a máquina lo que será el interior en tela y entre Pong -la madre- y, Jit -el padre- lo unen al bolso para rematarlo.

El padre, habilidoso como digo, también fabrica unas cestas o canastas con cañas para los pescadores de la zona. Phayao tiene un gran lago donde los vecinos, utilizando viejas artes de pesca, recogen a diario el pescado para consumo propio y venta en pequeñas tiendas por la ciudad.

Los achaques y el seguro

En los dos primeros días me surgió un problema de salud, todavía no estoy muy seguro de que es lo que me ocurría, pero me obligó a ir al hospital para ver si me podían ayudar. La primera noche me desperté de madrugada sintiendo unos dolores tremendos en mi costado derecho, algo que al principio me alarmó ya que es la zona del hígado y la vesícula. Tangmo me llevó a un hospital privado muy pronto por la mañana. Me extrajeron sangre y recogieron pruebas de orina. Tuve que frenar el examen de todo ello, porque antes de empezar ya tenía que desembolsar 1.500 Baht (46$), que para mi maltrecha economía no venía nada bien.

Tengo seguro de viajes, pero descubrí que, en primer lugar, en el hospital no se fiaban del documento que les enseñe y posteriormente que el seguro se estaba haciendo el loco y tardaba en dar una respuesta a mi llamada de auxilio. De hecho estuve en observación y esperando su respuesta alrededor de 8 horas; postrado en una camilla en la sala de urgencias sin que se hiciese nada al respecto. Sin alimentos, ni bebida.

Finalmente un doctor y una de las chicas de administración vinieron y me propusieron irme y no pagar ese dinero que «supuestamente» adeudaba. Recibí una llamada del seguro poco antes de esto, pero sin una respuesta posterior para solucionar mi tema. A los tres días me llegó un correo electrónico que me pedía informar de mi estado. Contesté que el dolor ya se había pasado y lo achaqué a los días de mi viaje por Myanmar, donde no comí del todo bien y eso me llevó a no ir al baño con la regularidad. Algo a lo que estoy acostumbrado.

De paso les comuniqué que estaba preocupado porque la cabeza me dolía bastante y temía haber pillado la malaria. Y de nuevo su respuesta fue remitirme al contrato firmado con ellos y leer las cláusulas, aunque sin aportar ninguna solución.

Un día antes de abandonar Phayao, me llamaron de nuevo y lo único que espero, es que la próxima vez que acuda a ellos, sean más rápidos y efectivos. Y tras esta experiencia, la primera, como tengo que renovarlo, no estoy seguro si lo haré o cambiaré. O dejaré mi vida al azar en caso de problemas de salud. Nuevamente el presupuesto no llega y en junio termina el actual seguro de viajes, que contraté antes de salir.

También tengo pendiente reclamarles una reparación de mi teléfono, que está en muy mal estado después de un accidente y de la reparación de mi ordenador en Turquía, algo que había olvidado que el seguro que contraté, me podía cubrir. Veremos cuál es su respuesta y si mereció la pena pagar un poco más por la cobertura de ambas cosas. Lo descubriré en breves.

El turismo y el budismo

Durante los catorce días que he estado en esta pequeña ciudad del norte de Tailandia, me ha dado para hacer algo de turismo. Cada vez que podía, bajaba a la ciudad con Tangmo. Así podía ver tanto los alrededores como la propia ciudad, ya que la casa está en las afueras y moverme desde allí -aproximadamente 3-4Km de distancia-, con el calor y la humedad que hacía, no me apetecía mucho.

Un día antes de irme, Tangmo me propuso ir a conocer las montañas cercanas, donde se encuentra un complejo de templos budistas. Ya me lo había comentado, pero no encontrábamos el momento adecuado. Así que el domingo antes de que yo me fuese, buscamos el hueco y decidimos subir y hacer la excursión.

Un lugar espectacular, en mitad del bosque y sobre las montañas. Es un pequeño pueblo, donde viven tanto los monjes como otros vecinos y está rodeado de templos. Por lo que pude leer en el cartel a la entrada, está influenciado por las culturas china e india. Una de las características de este complejo, es la cantidad de budas que tienen repartidos por todo el lugar, tanto en templos, como en el exterior. Realmente me emocionó ver un lugar tan bello y cuidado, donde se respira paz y armonía.

El adiós

Como ya he comentado en estos catorce días me ha dado para conocer y aprender algo más de la cultura tailandesa. Será difícil que olvide este tiempo que he pasado en Phayao. Algo de lo que se han encargado las personas que he ido conociendo, que aunque con algunas resultaba difícil la comunicación oral -la diferencia de idioma era una barrera- nos podíamos comunicar a través de los gestos -el mejor idioma inventado por los humanos-. Y entre gente con una sonrisa siempre en su cara, es difícil no entenderte.

Hoy estoy terminando este artículo en Luang Prabang, una ciudad al norte de Laos, a orillas del río Mekong, donde llegué ayer y donde decidí quedarme un día. Buen lugar para intentar recuperarme del viaje que hice desde la frontera tailandesa, que fue duro y me dejó KO.

Muchas historias que contar sobre este viaje y las que me quedan por vivir en este bello país, donde avanzaré hasta la capital Vientiane, antes de cruzar de nuevo a Tailandia. Pero esto es otra historia y la contaré en el siguiente artículo.

Hasta entonces y como siempre…

¡Pura vida!

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