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Fiyi 3: La ley de la atracción existe ¡Créeme!

Fiyi 3: La ley de la atracción existe ¡Créeme!

Cuando llegamos a casa Jonas y yo, tras mi grata experiencia en el club de yates de Suva aparte de los Couchsurfers que ya os presente en el anterior artículo nos encontramos con Ken un malayo que acaba de llegar. La casa de Frances se parecía cada vez más al camarote de los hermanos Marx, pero con más espacio. Es solo una broma, yo doy gracias por haber podido estar en ese camarote, donde me encontré muy a gusto.

Les conté mi expedición al club de yates y que al día siguiente me desplazaría pronto por la mañana para hacer las compras. Todos se alegraron de mi suerte. A la mañana siguiente antes de mediodía ya estaba por allí y como el día anterior Nasilivata me recibía con una sonrisa y un buen apretón de manos para darme la bienvenida. Pasé al interior del club con más confianza y allí me encontré con Eduard, el comodoro, que también me recibió con una sonrisa y me presento a Ian, el australiano que sería mi guía durante todo el día para preparar mis tortillas de noche.

Ian es un australiano residente en Fiyi desde hace más de cinco años. Vive en su velero amarrado en el club de yates. Hablando con él encontramos varias coincidencias en nuestras vidas, como que ambos nos habíamos ganado la vida en la industria de la música. Él fue técnico de sonido de grandes artistas internacionales, me habló de entre otros de Bruce Springsteen, cuando vivió en USA y yo como manager de artistas más modestos durante la pasada década en España, entre otras cosas. Aparte de nuestros trabajos, pasárnoslo bien también era algo común entre nosotros.

Tras una cerveza que Ian me invitó mientras charlábamos, me fui al mercado de compras.

De compras por Suva

El mercado de Suva está en la terminal de autobuses, un hervidero de gente que van y vienen, que se desplazan por al ciudad o se dirigen a otras poblaciones de la isla. El mercado está tan concurrido como la terminal y tan lleno de colores y olores. Fui paseando por todos los puestos hasta encontrar los ingredientes que necesitaba. Las patatas y cebollas, que en Fiji son de importación, normalmente de Australia o Nueva Zelanda, se encontraban en el piso de arriba, el resto de cosas en la planta baja.

Gaste algo menos de 30 dólares fiyianos, algo más de 12 euros al cambio, una cantidad que no me pareció muy elevada ya que estaba previsto que acudiesen más de 20 personas.

La ida al mercado la había hecho paseando por la larga avenida Queens que recorre la ciudad y da salida hacia Nadi, y donde antes del club de yates te encuentras una cárcel, para gente no muy mala según me comentaron, ya que hay otra a las afueras para delincuentes con delitos mayores. Por cierto que al pasar uno de los días por allí, me encontré a los guardias ensayando canciones soul preparándolas para actuar para los presos.

La vuelta al club de yates cargado, preferí hacerla en el autobús que me dejaría en la misma puerta del club, por solo 70 céntimos de dólar.

La chica que estaba en la barra del bar del club, me guardo las bolsas hasta la hora en la que me pondría manos a la masa. Mientras, con Ian pude ir conociendo a los diferentes socios y dueños de veleros que estaban por allí y que iban yendo y viniendo a tomar sus cervezas, lo que nos ayudó a poder invitarlos a la cena fácilmente.

Mi llamada a la ley de la atracción

Quizás la llamada a la ley de la atracción la hice mucho antes, pero para que se muestre has de ponerte en marcha, no solo es pensar en lo que quieres atraer, sino hacer que suceda y yendo al club de yates y ofreciéndome a cocinar para la gente de allí y conocerlos, estaba haciendo la llamada con la acción.

Al caer el sol, en esta zona del mundo sobre las 6 de la tarde, comencé con los preparativos. Lo primero fue pelar y trocear todos los ingredientes, para entonces ya tenía una buena cantidad de público observando mis movimientos e invitándome a cervezas, que agradecía porque realmente hacía calor y mi presupuesto no estaba para más alegrías.

Tras tener todo preparado, encendimos los fuegos. Con la plancha no hubo manera de calentar lo suficiente el aceite de la sartén, así que sacamos los fogones como pudimos de debajo de las placas de acero inoxidable y pude comenzar con la fritura adecuadamente. Mientras preparaba la ensalada con la ayuda y el interés por aprender mis platos de Jade, una fiyiana muy linda y simpática, pareja de Steve, escocés, residente en Fiji y primer oficial veterinario del país, fui más rápido.

Llegó la hora de poner en marcha mi magia y después de mezclar los huevos con los vegetales y con más público congregado, comencé con las tortillas. Una a una fueron saliendo y las caras de admiración de los comensales se hacían más visibles. La primera tortilla que salió del fuego, no duró mucho. La segunda la pude cortar algo mejor y pudieron probarla algunos más. La tercera y la cuarta, sirvieron para repetir en algún caso y que los más rezagados pudiesen probarla. La ensalada que acompañó a las tortillas, también resultó un acierto, como yo bien sé.

La voz fue corriendo y llego hasta el bar, que se encuentra algo alejado de la barbacoa y más comensales se acercaron a comprobar y verificar los comentarios. Las tortillas y la ensalada se acabaron, mi popularidad había crecido y estaba abriendo puertas para el futuro.

Algunos capitanes de barcos me hicieron saber que si necesitaba algo, ellos estaban allí. Ian me ofreció quedarme esa noche en su barco si necesitaba un lugar en el que dormir, aunque esa noche preferí volver a casa y recoger mis cosas, ya que le pregunte si podría cambiar el día y quizás, quedarme un par o tres de noches y así seguir adquiriendo experiencia en un barco. Me dio su visto bueno y contento con esto y con los efectos del alcohol de las cervezas, me fui tras despedirme de mis nuevos amigos en Suva.

Cuando llegue a casa le hice saber a Frances de mis nuevos pasos y ella al igual que todos los couchsurfers que ocupaban su casa, se alegraron de mi buena estrella.

La ley de la atracción se muestra

A la mañana siguiente preparé mis mochilas y todos nos desplazamos al centro de la ciudad. Desayunamos en un bar del centro que Frances conocía y ella me invitó a mi desayuno, ya que tenía los bolsillos vacíos y solo pedí un café a la que ella añadió la comida: unos pancakes acompañados de miel y algo de fruta.

Mientras estábamos sentados disfrutando de los platos y los cafés, revise mi correo electrónico y para mi sorpresa, me había llegado un email del capitán de un velero a través de la web findacrew.net, a la que estaba apuntado desde el mes de febrero durante mi tiempo trabajando en la recogida de peras en Australia y que conocí gracias a Marcin, un polaco voluntario en Belopa (Indonesia) con el que coincidí.

Hasta entonces solo había intercambiado algunos mensajes con patrones de veleros, pero nada serio y con poca trascendencia. Sin embargo este mail  tenía buena pinta, sonaba diferente en el tono y la propuesta. Yo había visto este velero revisando la mencionada web y buscando, pero el recorrido que pretendía hacer por el Pacífico, no era el que yo necesitaba. Aún así le conteste con una pregunta para saber mejor de sus planes.

Me despedí de Francés, Xu y Min la pareja china, ya que los tres iban a seguir con las investigaciones de cómo conseguir sus pasaportes para sustituir los robados, sin tener que volver a China. Yo seguí camino con Jonas, que se iba a Nadi para, al día siguiente volar a Australia y con Ken el malayo, que quería dar una vuelta por el centro.

En la estación de autobuses nos separamos, yo volvería a utilizar el mismo autobús que ya conocía del día anterior para llegar hasta el club.

Mi vida en el velero de Ian

De nuevo Nasilivata me recibía a las puertas del club de yates con su sonrisa e interesándose por como me había ido la noche anterior. Cuando le conté como se había sucedido todo y la propuesta de unirme al velero, se alegró de mi suerte. A mi el email de la mañana me había alegrado el día, aunque todavía no sabía muy bien que iba a ocurrir.

Ian estaba en la cama cuando llegue al barco y aunque lo llame desde el muelle, al ver que no contestaba decidí abordar por mi cuenta al velero. Cuando estaba intentándolo por la proa, que era lo que apuntaba al muelle apareció y me ayudó con las mochilas. Su chica estaba con él. Taka es fiyiana, bastante más joven que Ian y muy atractiva. Delgada y con unas facciones bonitas.

Me instale en la habitación de popa, Ian ocupaba la de proa. Me enseñó algunas de las reglas que había que cumplir y que al segundo día rompí; solo una de ellas, pero quizás una de las más importantes: si tenía que usar el baño para cosas serias, era mejor ir al de la marina. Me llevé una buena bronca por mi mala memoria, aunque la llamada de la naturaleza es imprevisible muchas veces.

En el barco de Ian estuve cuatro días más finalmente, ya que aunque al tercer día había preparado mis mochilas para irme como habíamos quedado, él me invitó a que siguiese allí el fin de semana, algo que acepté de buen grado y que me ayudaba en mi propósito de conocer mejor la vida a bordo. Tampoco tenía nada mejor que hacer, ni donde ir.

Durante ese tiempo en el barco de Ian pude ir concretando mi cada vez, más seguro siguiente paso y que iba a cambiar los planes del viaje. Reconozco que en parte me decidí a hacerlo, porque muchos amigos que conocieron la propuesta a través de Facebook por un mensaje que escribí, me animaron y me ayudaron a convencerme para ello.

Horst, el nombre del capitán alemán del barco donde me iba a embarcar, me envió varios mails con pequeñas entrevistas intentando conocerme un poco. Preguntas sencillas de contestar para mi: motivo de mi viaje, porque estaba dando una vuelta al mundo, que hacía en mi anterior etapa de la vida, a que me dedicaba, etc. Todo le pareció bien e incluso me insinuó que pagaría mi viaje entre Fiyi y Samoa, aunque finalmente, quizás por un fallo mío en confirmar si era así o no, no lo hizo y todavía arrastro un crédito bancario blando, a través de mi tarjeta de crédito (bendita sea a veces), que estoy pagando a duras penas y con ayuda vuestra con las postales.

Mis amigos en el club de yates

Durante los días que pase en el barco de Ian, pude conocer mejor a los patrones de otros veleros y socios del club. Sobre todo destacó Jade y Steve que ya os he presentado, pero también a Alain y Violeta, padre e hija que viven como nómadas en su velero.

La pequeña violeta tiene únicamente 8 años, una niña espabilada, inteligente, preciosa y simpática que nos hacía reír con sus ocurrencias. Alain, su padre, un viejo lobo de mar, amable y simpático y siempre bien dispuesto a complacer a su niña en sus pequeños caprichos, excepto el de continuar mucho más tiempo en Suva, ya que había decidido avanzar en el viaje y a ella le daba pena separarse de sus nuevos amigos, los niños que había podido conocer y los adultos con los que pasaba tantas horas del día, nosotros.

Por las noticias que he podido tener, Violeta aunque se fue enfurruñada, al llegar a nuevo puerto hizo enseguida nuevas amistades, que le hicieron olvidar el pasado y centrarse en disfrutar el momento que le estaba tocando vivir, como yo le aconsejé. Nos mantenemos en contacto esporádicamente y ojalá que me los vuelva a encontrar.

La ley de la atracción se me manifestó de una forma diferente en el club de yates, aunque no tiene nada que ver con la que intento describir en este artículo. Está fue más física y la tuve con Bronwyn, una mujer holandesa-fiyiana que me presentó Ian cuando volvíamos al barco una noche y que me invitó a unas cervezas para conocernos.

Siempre he creído que el mestizaje crea unas criaturas realmente bellas en la mayoría de los casos, Bronwyn era un ejemplo de ello. La conexión con ella fue inmediata, por eso me quede, además intuí que su belleza no era sólo exterior, sino también interior. No lo pude comprobar mejor, no nos volvimos a ver, aunque me hubiese encantado. Su estado de casada también freno cualquier intento de acercamiento, más allá, de lo que hubiese podido ser una coincidencia. Si hubiese sucedido.

La confirmación definitiva de la ley de la atracción

A la mañana siguiente, la del cuarto día, cuando eran alrededor de las 10 de la mañana llamé a Andrea, mi amiga del barco en Nueva Zelanda, para contarle que había conseguido un velero para seguir camino, aunque tenía que cambiar mis planes, en vez de ir a América, navegaría por el Pacífico, entre Melanesia, Polinesia y Micronesia y cumpliría otros de esos sueños que tenía desde pequeño de visitar tan remotos y paradisiacos lugares.

Ian se levanto con malos modos y mandándome a tomar por culo, varias veces, chillándome en inglés australiano, que no entendía, toda suerte de sandeces. Le había molestado mi voz que lo despertó antes de lo que él habría querido. Decidí que no tenía que pasar por ello y arreglé de nuevo mis mochilas para irme.

Al rato, con las cosas más tranquilas, me pidió perdón y se disculpó diciendo que algunas veces sus amaneceres eran con un humor de perros y que me quedase, teníamos un concurso de surf el fin de semana y su barco serviría de plataforma para el público y como bar en la fiesta posterior. Yo podría ayudarle con los invitados.

El evento se celebró, no había mucho público y nosotros después de verlo, sin todas esas personas que nos habían prometido, nos fuimos solos a navegar a vela por la bahía de Suva, que además me sirvió como escuela, ya que Ian me dio algunas lecciones de manejo de las velas. La noche anterior estuvimos anclados, y no amarrados, a la entrada del club de yates y también aprendí algunas pocas cosas, como el esfuerzo que hay que hacer para recoger el ancla a mano, ya que el dispositivo eléctrico estaba roto.

El martes cuando amanecí, sí que ya tenía la decisión tomada de irme y además Ian me puso alguna excusa haciéndome saber que debía de empaquetar y seguir camino. Hable con Frances de nuevo y le pedí estar mis últimos días en su casa antes de que mi avión saliese con destino a Samoa. No puso ninguna objeción.

La invite junto a Charly su pareja a una fiesta que había en el Yatch club y que se organizaba con motivo de la despedida de un barco que había estado allí largo tiempo. Me invitaron Steve y Jade, a los que había podido seguir viendo, ya que algunas noches me acerqué por el club a visitarlos antes de despedirme de ellos.

Jade era fan de mis platos y me propuso hacer el pollo con tomate que había prometido, pero no había podido hacer en su día, para así aprender a cocinarlo. El pollo lo cocine en su casa que está en el mismo Yatch club y previamente en casa de Frances preparé una buena tortilla y mis lentejas para que las probasen. En la fiesta hubo comida suficiente para parar un tren.

Esa noche Ian me invitó a pasar unos días en su barco de nuevo, algo que le agradecí pero rechacé ya que me iba del país y con Frances y Charly estaba muy a gusto. No vinieron al final a la fiesta.

Para ahorrar dinero, quería ir a casa antes de que el último autobús hacia mi barrio se fuese, como me había pasado un par de noches antes que estuve en un concierto con Chiani, una chica de etnia india que conocí en el Yatch club la misma noche que a Browwyn. Aquel taxi me costó un dinero que unido a las cervezas de la noche me dejaron temblando el presupuesto.

Llegue al autobús, pero lo pille en marcha, después concentrado en mi móvil, más que en el camino me pase de la parada, lo que hizo que, con él conductor y su colega nos riésemos un rato. Con el mapa offline que llevo en el móvil, hice la vuelta a casa andando, sin problemas, y además conocí el barrio en toda su extensión.

Ese domingo 17 de julio era mi último día en Fiyi. Charly y Frances quisieron darme un homenaje y nos fuimos pronto por la mañana al mercado de pescados. Charly compro una buena pieza, además de cocos y otros vegetales para su receta. Aunque había desterrado de mi dieta el pescado desde hacía tiempo, este me pareció una delicia mezclado con la leche de coco. Además me enseñó a hacer la leche de coco casera. Aquí tienes el vídeo por si quieres probarla a hacer tú también.

[youtube 90O650RyQLc]

A la mañana siguiente tenía un taxi pedido por Frances la noche anterior para ir al aeropuerto de Suva. No había otra manera, ya que eran las 4 de la mañana cuando me desperté y a las 4,30 ya estaba en marcha. Queríamos despedirnos y Frances me dijo que se despertaría, aunque no lo hizo. Yo dejé una nota agradeciendo su hospitalidad y me marché sin hacer ruido. El taxi ha estaba en la puerta esperando cuando yo salí.

El precio me salió más caro de lo que Frances me había dicho, aunque logre bajarlo un poco de lo que me pidió el taxista al llegar. Facturé mi mochila y pude obtener la tarjeta de embarque gracias a un billete sin emitir, que de nuevo Rafa me había hecho. Tenía también una carta del departamento de inmigración de Samoa, que me autorizaba a volar sin ese ticket para salir del país, pero no la utilicé hasta la frontera samoana, evitando tener que dar más explicaciones de las debidas a la azafata de Fiji Airlines.

En el control de pasaportes el policía me indico que tenía que tener cuidado ya que algunos sellos estaban borrosos. Yo lo sabía, porque el día que me caí al agua intentando subir al barco de Ian que estaba amarrado incorrectamente, una de las cosas que llevaba en el bolsillo era mi documentación, además del móvil y el cargador. Todo se salvó para mi suerte.

El vuelo salió a la hora y en el aeropuerto me encontré con Ken el malayo, que también volaba a Apia siguiendo con su viaje.

Una nueva aventura comenzaba y yo estaba muy emocionado por conseguir cumplir mis objetivos, incluso mejor de lo que hubiese imaginado. Por ello digo que la ley de la atracción existe, aunque hay que trabajarla, no solo creer en ella.

En el próximo artículo, que no se cuando lo podré publicar porque navegando es imposible conectar, os contaré mis días en Samoa y como siguió mi viaje Entre dos tierras por la Polinesia occidental. Hasta entonces y como siempre…

¡Pura Vida!

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