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Aprendiendo del vino, no solo de sus efectos y me despido de Australia (VIII)
En Sydney me despido de Australia después de tres meses en los que he podido visitar Western Australia, Victoria y Nueva Gales del Sur.

Aprendiendo del vino, no solo de sus efectos y me despido de Australia (VIII)

En Sydney me despido de Australia después de tres meses en los que he podido visitar Western Australia, Victoria y Nueva Gales del Sur.

Aquel voluntariado del que os hablé en mi anterior artículo, donde fuimos Lulu, Mathias y yo después de recoger naranjas en Hillston, no solo fue un voluntariado, también fue una escuela y además me ayudó con unos fondos a seguir camino hacia Nueva Zelanda, mi nuevo destino en el viaje.

El voluntariado, que como sabéis ayuda a tener el espíritu en paz y hace que me sienta bien; la escuela porque Mark, el propietario de la viña, era un señor que disfrutaba enseñándonos los secretos del vino; y lo de los fondos, porque además de conseguir el trabajo que Peter nos ofreció finalmente en sus viñedos recogiendo la uva, con Mark ayudamos y también nos pagó.

Llegando a Habitat, el viñedo de Mark y Clare

Lulu, Mathias y yo acabábamos de volver de Hillston de recoger durante unos días naranjas, tras un paso por el lago Canobolas y saludar a María y Fani, las españolas y su amigo inglés acompañados de unas italianas, nos fuimos a Habitat, que es como se llama la finca y también el vino que producen allí Mark y Clare.

Era de noche ya, nos salieron a recibir los perros, pastores alemanes, que tienen para vigilar la propiedad y también salieron Mark y Michael, otro voluntario alemán de origen polaco, que estaba allí desde hacía ya unas semanas. Los encontramos en el momento de terminar su cena, que nos ofrecieron amablemente, pero no estábamos hambrientos y agradecidos, no la aceptamos.

Lo que si nos tomamos fueron unas copas de vino para charlar y algunos conocernos, ya que Mark, Mathias y Lulu, ya se conocían de una vez anterior. Los perros Lulu y Bear, también fueron por ello amables, aunque escandalosos, a nuestra llegada.

La conversación fue amena y divertida, Michael el otro voluntario, estaba allí ayudando con la granja en, sobre todo, trabajo de permacultura, que por lo que contó, era su especialidad en la carrera universitaria. Nosotros contentos de estar allí. En mi caso porque empecé a notar las buenas vibraciones del lugar y la gente, que me acompañaron durante todo el tiempo que pasé allí y Lulu y Mathias, por volver a un lugar donde les habían tratado bien y en el que siempre aprendían algo nuevo.

La finca es una extensión que tiene varios tipos de uvas para hacer los vinos ecológicos, tanto tintos como blancos y además de ello tiene un pequeño huerto del que también en temporada sacan partido y venden parte de la producción a los clientes que se acercan a conocer el viñedo y de paso comprar a buen precio un vino que es realmente exquisito. Se nota el cuidado de las viñas y el proceso que desde el principio se hace y se mantiene natural y ecológico, sin pesticidas ni ningún tipo de producto químico que las «estropee», aunque corre el riesgo de que los insectos y otras plantas le creen problemas.

Hablando con Mark un día le pregunté por su crecimiento en el futuro y aunque le gustaría poder producir más vino, también me dijo que el riesgo y con ello el gasto que conllevaría no le compensaba y prefería mantenerse con su actual tamaño y producción, bien controlado y con riesgos asumibles en caso de desastre natural.

Habitat Vineyard: maneras de vivir

Maneras de vivir, tanto los propietarios como los voluntarios que allí estábamos. Nosotros dormíamos en tiendas de campaña o en el caso de Lulu y Mathias en su furgoneta. La casa de Mark y Clare, tiene dos habitaciones, la suya y la que, en ese momento estaban utilizando para criar los pollitos que recién habían salido del cascaron, para protegerlos durante unos días hasta que creciesen y pudiesen desenvolverse mejor entre las gallinas adultas.

Michael estaba en la tienda familiar que estaba montada en la colina, en la parte trasera de la casa y yo monté la misma que venía utilizando durante mi vida nómada con la furgoneta, que me prestaban Lulu y Mathias.

También los, cada vez más necesarios mantas y saco, ya que el otoño había entrado en Australia y en la montaña Canobolas se notaba bien, sobre todo por las noches, cuando se levantaba una ventolera que afortunadamente por las mañanas amainaba, pero tan violenta en ocasiones que incluso rompió una de las varillas de mi tienda y por extensión le hizo un ‘siete’ en la cobertura de tela. Mark la arregló fácilmente, pero el viento hacía que la noche fuese bastante agotadora y de poco descanso.

Viendo que la cosa no cambiaba durante toda la semana, pedí a Mark montar la tienda en el garaje, que ellos utilizan como exposición de los vinos y lugar de venta. No hubo problema entre el lunes y el viernes, aunque el fin de semana tuve que desmontarla para dejar el espacio libre de cara a su negocio.

Habitat Vineyard: mi voluntariado

El trabajo como voluntario consistió en recoger algunas de las verduras y hortalizas del huerto, segar la hierba que había crecido demasiado alrededor de la propiedad y cocinar; también reciclé una mesa que Mark había hecho en sus tiempos de universidad, que con el tiempo se había estropeado pero de la que podía aprovechar la estructura y con unas maderas de palieres dejarla como nueva.

Uno de los detalles que Mark siempre tuvo con nosotros, los voluntarios, fue dejarnos decidir cuando trabajar y hacer otras cosas fuera de la finca si se presentaba la posibilidad. Por ejemplo Lulu, Mathias y Michael, se fueron durante unos días a un festival que se celebraba no lejos de Hillston, del que me gustaría haber disfrutado también, pero al que decidí no ir, por no gastar dinero y también para ingresar algo más con el trabajo que me dio Mark en la bodega. Durante esos días Mark me contó también que era copiloto de coches de rallys y pude ver fotos y algún que otro libro de ruta.

Recogiendo hortalizas en el huerto no pasé mucho tiempo, si que dejé limpia de malas hierbas la propiedad con la desbrozadora, algo que me gusta y de lo que disfruto, ya que me ayuda a meditar y relajarme, aunque donde realmente pasé más tiempo fue en la cocina.

Me encargué prácticamente de hacer la comida y la cena para todos, algo que me apetecía y más cuando se notaba que ellos disfrutaban con mis recetas. Mark y Clare incluso me comentaron que le habían cogido el gusto a la dieta vegetariana que aplicaba a mis platos y que no era muy normal en su día a día.

Tengo que decir que una de las últimas noches que pasé allí, Mark cocinó canguro y aunque decidí hace tiempo no comer carne, quise probarla y tener opinión. No me disgustó, aunque después de más de cinco años sin comer carne roja no me sentó muy bien y pasé una noche bastante mala con un estómago pesado y que no me dejó dormir.

El trabajo remunerado: Recogiendo uva y ganando dinero

En este caso tuve oportunidad de hacer fondos en dos lugares distintos. El primero fue en la viña que había conseguido contactar antes de ir a Hillston a recoger naranjas. Al día siguiente de llegar a Habitat recibí una llamada de Peter, preguntándome si seguía interesado y cuantas personas seríamos.

Por supuesto estaba interesado y le comenté que cuatro: Lulu y Mathias, Fani y yo y me citó a la mañana siguiente a las siete en su finca para comenzar. Finalmente Fani no vino, no la pude localizar, y se sumó Michael, que también me dijo necesitaba fondos para su viaje. Lulu y Mathias que al principio dijeron que no vendrían por deferencia con Mark, finalmente si lo hicieron, ya que nos dio permiso a todos para ausentarnos del voluntariado.

En cuanto a Peter diré que fue una sorpresa, se portó genial con todos los que fuimos a trabajar esos días, nos dio a elegir entre los 21 AU$ por hora o 2,5 AU$ por cubo lleno, tenia que haber consenso entre todos los trabajadores, finalmente por votación a mano alzada se decidió cobrar por horas.

Trabajamos alrededor de 7 horas, aunque solo dos días y por hacer el trabajo bien nos regaló una botella de vino de sus cosechas cada día. Añadiré que Peter fue jugador de rugby, bueno, sus hermanos también lo fueron. También directivo y presidente de club, todos ellos populares y reconocidos, una especie de Iniesta (que también tiene su bodega de vinos en Albacete) australiano, salvando las distancias.

Mark también nos ofreció ayudarle en las viñas y siendo honesto como demostró en todo momento, nos dijo que el trabajo en ellas nos lo pagaría. El tenía beneficio y nos hacía partícipes a nosotros, que entiendo podría haberlo propuesto como parte del voluntariado.

Aquí no recogimos las uvas, ya que tenía equipo desde hace años para hacerlo, pero nos encargó desprender las redes que cubren las cepas y protegen la fruta de los pájaros, además de arrancar las hierbas y pequeños árboles que habían comenzado a crecer a su lado. También le ayudamos a pisar la uva para el vino tinto y a preparar la maquinaria para el vino blanco. En los días que los demás fueron al festival me encargue de limpiar las botellas que ya estaban llenas y preparadas para etiquetar con la cosecha anterior.

Sydney: la despedida de Australia después de tres meses

Clare no vive durante la semana en la finca, se traslada cada lunes por la mañana a Sydney y vuelve los jueves para pasar el fin de semana junto a Mark. Clare es profesora y trabaja en la Universidad de Sydney. No es docente en este momento, sino que se encarga de coordinar uno de los departamentos de su especialidad: la medicina.

Mi avión salía el día 30 por la tarde y tenía que estar en Sydney a más tardar el mismo día por la mañana, sin embargo esa semana afortunadamente fue fiesta el lunes en Australia y pedí a Clare poder usar el sofá de su casa una noche y así bajar con ella para poder visitar la ciudad durante un día. Clare no puso ningún reparo y aceptó mi petición.

El día 29 alrededor de las cuatro de la mañana despertábamos y Mark nos llevaba en coche hasta la estación de tren de Lithgow, que ya conocía de cuando llegué a esta zona de Australia. Son alrededor de 125 Kilómetros entre Nashdale y Lithgow, así que era un trayecto en coche largo. Desde allí el tren nos llevaría hasta Sydney.

También a esa hora se levantó Lulu y vino a entregarme un jersey de pura lana que me había prestado los días de más frío, para seguir utilizándolo en Nueva Zelanda, ya que en esta parte del mundo estamos en otoño y NZ es un lugar más frío que Australia. También me entregó una piedra rosada diciéndome que es la piedra del amor, por si tengo fortuna y encuentro el mío en el viaje. Lulu te quiero.

Llegamos a la estación de Lithgow con suficiente tiempo y Clare me entregó la tarjeta de transportes Opal de Sydney y regiones circundantes para que la utilizase en Sydney y pagase mi ticket del tren. Sobre las 9am ya estábamos en la ciudad y fuimos directos a la universidad. Pude dejar mis mochilas y como no tenía que utilizar nada, Clare las guardo allí hasta el día siguiente para que yo pudiese aprovechar y pasease cómodamente por Sydney sin tener que volver a buscarlas.

Llegué pronto a la zona de la bahía con el tren directo que me llevó hasta la parada de Circular Quay, evidentemente quería conocer el Opera House o ver el puente de la bahía, donde se puede subir y tener unas vistas increíbles, aunque a un precio prohibitivo; recorrer algo de la zona financiera o subir a uno de los ferris que recorren la bahía para ver Sydney desde el mar o, entre otros sitios, te llevan a la Isla Cacatúa que, afortunadamente para mi, coincidió cuando la visité con la Bienal de Sydney. Eso sí, a esa hora caían chuzos de punta y acabé como una sopa durante la visita.

Antes de hacer este recorrido quise comer algo y pensé en un restaurante chino. Buscando, buscando, encontré, pero fue un camión con publicidad de una marca que invitaba a comer al que pasaba por allí a nachos y burritos, todo vegetariano, ya que la marca promocionaba sus frijoles en salsa y ofrecían dos recetas para usarlos. Genial, la comida me salió gratis, aunque cambie México por China.

Sobre las 5pm me subí de nuevo al tren y me dirigí al encuentro de Clare. Habíamos quedado en la estación. En el trayecto, el tren se quedó atascado y fue más de un hora con los demás pasajeros protestando y en un conato de revolución, hasta que llegó un policía y se calmó el ambiente. Yo entre otras cosas por mi todavía deficitario inglés, simplemente observé y sonreí, sin intervenir ni decir nada, pero fue un rato realmente entretenido.

Cuando por fin llegue a la estación Clare me seguía esperando, sabía que había ocurrido, para ir a cenar juntos, eligió un restaurante vietnamita que conocía y al que me invitó. Después fuimos a casa, un vino en la terraza, una charla ligera y a dormir, había que amanecer temprano para ella ir a su trabajo, yo recoger mi mochila y aprovechar la conexión a internet de la universidad para trabajar en el blog hasta la hora de irnos. Sobre mediodía me acompañó de nuevo a la estación y desde allí yo seguí camino hasta la terminal internacional del aeropuerto de Sydney y ella a una reunión que tenía fuera de su oficina.

Así que al igual que me quejé del voluntariado que había hecho en Orange y que pudiste leer en este artículo, ahora tengo que decir que quedé encantado con el trato y las formas de Mark y Clare, que me ayudaron, respetaron y apoyaron en todo momento y que con este artículo y estas líneas quiero agradecer de corazón.

En el aeropuerto de Sydney

Llegué tres horas antes de que mi vuelo saliese, ya que me habían avisado que había problemas con los trabajadores de inmigración, al parecer estaban de huelga y reducían sus efectivos, por lo que para no tener problemas al cruzar la frontera, era mejor llegar con tiempo. Sin embargo para mi surgió otro imprevisto que hizo que lo que hasta ese momento había sido un día apacible y tranquilo, se tornase en un momento de estrés y mal rollo.

Pero esta historia la dejaré para el próximo artículo, donde también contaré mi toma de contacto con los kiwis o neozelandeses y mis primeros días acogido por unos amigos de Menorca, residentes desde hace cuatro años en las antípodas.

Hasta entonces y como siempre…

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